Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Retales de una moto












Porque es precisa la más oscura de las noches para apreciar las más bellas estrellas











COMPRO
Todo tipo de viajes a rumbos desconocidos
O conocidos
Paseos sobre dos ruedas junto a un acantilado al amanecer
O al atardecer
Curvas olvidadas, curvas soñadas, curvas nunca imaginadas












COMPRO
Tormentas, cielos plomizos, oscuros, lluvias torrenciales,
con una carretera, interminable, delante y una moto debajo.
Tardes de domingo, lluviosas, para pasear en moto por Ibiza…





COMPRO
Días soleados, cielos azules, con nubes o sin nubes,
con una carretera, interminable, delante y una moto debajo.
Mañanas de domingo, preciosas, para pasear en moto por Ibiza…









VENDO
Pilotos suicidas,
locos que invaden carriles contrarios arroyando ilusiones, sueños, vidas.
Vendo borrachos al volante, carreras en la carretera vendo.





COMPRO
Todos los médicos y hospitales del mundo para que curen a mi hermanita.
Y le compro otra curva para que se vuelva a subir a la moto pero con otro final.
Y otra semana de vacaciones en Ibiza y… todos los médicos y hospitales del mundo.





VENDO
Días enteros tumbados en una cama, con la pierna en alto.
Esperando que pase el tiempo. Esperando que los huesos suelden. Esperando…








VENDO
Horas y horas haciendo rehabilitación… para recuperar lo que era mío.





COMPRO
Profesionales tan capaces como los fisioterapeutas de “Vilás”.
Por ayudarme a recuperar… lo que era mío.






VENDO
Compañías de seguros, inhumanas e injustas que abusan de cada coma y que cada día escriben con letra más pequeña, más inhumana, más injusta.











COMPRO
Horizontes lejanos, sin explorar, de los que nunca se acercan por mucho que uno avance. Y cruces, compro cruces que me presenten un dilema acerca de cuál tomar y que me ofrezcan la certeza de que yendo por uno siempre me quedará el otro para otro día, para otra aventura.








COMPRO
La sensación de montar en moto, cada una de las mañanas de mis viajes.
La sensación de bajar de la moto, cada una de las tardes de mis viajes.









COMPRO
Barcos que zarpan a cualquier hora, a cualquier sitio









VENDO
Barcos en los que finaliza cada una de mis expediciones.





COMPRO
Musas, Duendes, Hadas, como las que me guiaban antes de llegar a aquella curva,
que me devuelvan la inspiración








BUSCO
Moteros, escritores, como Viçent Fenollosa. De esos que saben llegar a donde yo no llego. De esos que saben estar cuando yo no estoy.




BUSCO
Gente como la de Ciclosport. Gracias a Antonia y a Jaume, “El Poeta de las Tuercas”, por insistir en ayudarme a soñar mis sueños.








BUSCO
Amigos como los que tengo. Mejores no existen.







CAMBIO
Dos besos por uno
Un “te quiero mucho”
por un “te quiero”
que es mucho más sin el mucho









BUSCO
Lectores como Vd dispuestos a viajar desde su ordenador. En mi moto

viernes, 8 de agosto de 2008

Los Dos Soles





Tal vez crea el lector que, en España, el sol crece por el Mediterráneo y se mete en el Atlántico pero… ¿seguro que es el mismo sol? ¿acaso alguien lo ha visto? ¿alguien lo ha seguido durante todo el día?
Sí, yo.

El reto consistía en ver cómo amanece desde una playa de Denia, ir siguiendo el sol todo el día y ver cómo atardece en esa misma jornada en el Atlántico, desde alguna playa próxima a Sanxenxo.
Poco antes de que madrugara el pasado día 8 de agosto, este motero se despertaba en Denia, se caía de la cama, se levantaba del suelo sobresaltado, se lamentaba por un tirón en el gemelo… sin duda fue el presagio de todo cuanto había de acontecer a lo largo de del fin de semana.
Una vez apostado con mi inseparable moto en la playa de Denia para dejar constancia del momento, veo que el cielo está nublado. Va a ser complicado ver si el sol crece sobre el Mediterráneo o no. Pero lo hace. Comienzo entonces la ruta hacia el oeste. Tengo 14 horas para hacer 1100 kms que podían haber sido menos pero que finalmente fueron más. Como siempre.







A pesar de que el sol intenta burlarse de mí escondiéndose entre las nubes, no le quito el ojo de encima, y cuando lo hago vigilo que siga estando ahí haciéndome sombra. Sombra hacia delante durante toda la mañana. Apenas había transcurrido una hora sin más sobresaltos que un pronunciado descenso de temperatura, más de 10º de diferencia, cuando empiezo a notar un cosquilleo en el estómago que poco a poco se convierte en retortijón, ¡oh no! La llanura era inmensa y no se adivinaba ningún lugar en el que poder relajar el esfínter.
Por suerte encuentro una gasolinera pocos kilómetros después. Yo bendigo al loco que se le ocurrió poner una estación de servicio en aquel lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. Vuelvo rápido a la moto y salgo pitando antes de que explote la gasolinera entera. Por los pelos.
Llego así a una autovía tan larga como aburrida. El sol sigue mis huellas y decide atacar sin piedad. La temperatura sube, sube, sube mientras el astro rey se va colocando verticalmente sobre mi cabeza. Así las cosas recibo una llamada desde el trabajo. Continúa la mala suerte: una hora “perdida” con un teléfono en la mano mientras el sol no me espera y sigue su rumbo hacia el poniente.
Poco antes del mediodía decido desviarme unos kilómetros y pasar por Salamanca, para ayudar a mi hermanita pequeña a apagar unas velas. Como si fuera un coleccionista de tazas me siento sobre una en más de tres ocasiones. Este estómago me va a matar.
Algo más tarde y con una maleta llena de besos y ánimos sigo hacia el noroeste.. Me quedan aún más de 500 kilómetros, menos de 5 horas. El sol me ha tomado la delantera y ya no dejaría de seguirle hasta el final.
3 ó 4 paradas “técnicas” más tarde llego a la preciosa localidad costera, media hora antes de que el sol se esconda. Me encuentro allí con Deme, uno de mis “muy mejores amigos” y que además se apellida Lorenzo, como el sol. Me ha preparado con detalle los últimos kms y me acerca hasta la hermosa playa de la Lanzada, a unos 10 kms de Sanxenxo. Peculiar paraje: Sobre el acantilado hay una pequeña ermita que invita a la meditación. Una meiga gallega vende pulseras encantadas con mágicos poderes. Pruebo suerte. El sol me ve con la cámara de fotos en la mano; sabe de su derrota, se pone rojo y se mete en el mar. Me despido de él con un hasta mañana, ha sido un digno rival, le dedico media sonrisa, le agradezco el reto y me voy en busca de alguna “roca”
Dije que vería si el sol mediterráneo era el mismo que el atlántico, dije que llegaría de costa a costa antes que él y… a duras penas, pero lo hice.





sábado, 26 de julio de 2008

Diera Voces




Desde hace unos días pasea con elegancia por la Isla Roberto Villarreal, quien además de ser un maestro en el arte de utilizar el verbo para informar a diario, es un apasionado de las motos y, encima, me deja presumir de su amistad. Charlando un poco de esto y otro poco de aquello fuimos a parar a orillas del Tormes, a la ciudad de la piedra dorada, a Salamanca.
Y es que ya lo dijo Cervantes por boca del Licenciado Vidriera, “Salamanca, que enhechiza la voluntad de volver a ella a los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”.
Podría escribir varias páginas sobre las virtudes que Salamanca ofrece al viajero que se acerque por allí ya sea en moto o a través de cualquier otro medio: que si la Plaza Mayor más bonita del mundo, que si la única ciudad que tiene dos catedrales, que si la Universidad, que si la otra Universidad, que la Casa de las Conchas, que el Puente Romano, que la tuna de derecho, que las estudiantes de enfermería, que las fiestas, que los toros, que los toreros, el Camelot, Morgana, el Paniagua, los hornazos, los chochos, el farinato, los tostones; que si por allí viene Unamuno o si por allá va Torrente Ballester, historias de un Lazarillo, de Calixto, de Melibea, de un astronauta de piedra, de una rana sobre una calavera… son historias de Salamanca que podrían aparecer más o menos en cualquier guía al alcance del motero curioso, ávido de conocer lo que ve.







Una de las últimas veces que me acerqué a la capital charra descubrí algo que me pareció inusual: habían restaurado una vieja campana (DM), centenaria, con solera. Y es que las campanas son instrumentos hoy caídos en desuso. Y las pocas que se escuchan no son tales, sino grabaciones; es difícil encontrar a alguien tañendo campanas, ni se avisa de los incendios a través de su estruendoso quejido, ni de los entierros, ni de las bodas…ya no doblan las campanas. La radio, la televisión o Internet, las han matado.
Pero esta campana que llamó mi atención, la habían restaurado para que volviera a sonar, para participar en un concierto en el que iban a repicar campanas de las catedrales, iglesias, monasterios, colegios y conventos de toda la ciudad; y como se hacía antiguamente con estas moles de bronce le pusieron un nombre: “Diera voces”.
Proviene de un poema escrito por una monja africana que llegó a Salamanca en el siglo XVIII, Chicaba o Sor Teresa Juliana de Santo Domingo. Escribiendo sobre su sufrimiento reflejó un sugerente“me abraso, me quemo, diera voces pero las doy dentro de mí” y me pareció un nombre muy apropiado para una campana.
Y desde entonces, en ocasiones, cuando el motor de mi moto está callado, en silencio, presto atención y me parece oír que los cilindros dieran voces…
¡De qué os quejaréis!




sábado, 7 de junio de 2008

Un rodeo por Navalcán




Lo único que tenía claro era que aquel sábado debía dormir en Orense. Nada más.
El viernes, poco antes de llegar a un hotel de Denia aún no sabía por dónde ir hasta tierras gallegas (por el camino más corto, NUNCA). Había recibido una invitación para pasar por Navalcán (Toledo) y participar en una “Reunión de Grandes Viajeros” (en moto, se entiende). Para ello debería estar en Valencia a las cinco y media de la mañana y dar un rodeo de unos 300 kilómetros. Una locura. Por supuesto, acepté.

No es muy habitual abandonar un hotel a las 4 de la mañana. El recepcionista no sabía si iba o venía. No obstante, gracias a esa mezcla de pena y sentido de la solidaridad que despertamos quienes viajamos en moto, me preparó un suculento desayuno en un momentito.
Había quedado en la capital levantina con Javier Cordero y Diego Moriana, los protagonistas de “Rumbo a Tartaria”, grandes viajeros donde los haya que consiguieron (entre otras muchas cosas) llegar hasta la capital del antiguo reino Nabateo, Petra (Jordania) en sus motos y además grabar una película mientras tanto. El encuentro fue emocionante puesto que he visto su film muchísimas veces. Al rodar con ellos, me parecía estar metido dentro de un DVD. Iba en silencio a veces, silbando a ratos y cantando, casi siempre.
Nos llovió un poquito y nos perdimos un par de veces. Yo no decía nada por dos razones: primera, confiaba que éstos se liaran y termináramos yendo todos a Siria o por ahí. Segunda, porque tampoco sabía por dónde ir. Y terminamos puntualmente en Navalcán, que no es mala cosa.
La llegada fue espectacular. En aquella plaza había motos que han viajado por todo el mundo, que se han averiado por cualquier lugar del planeta, motos que no entienden de fronteras, a las que no se les resiste ningún idioma, ninguna raza … Y presidiendo la recepción se encontraba Juan Recio, precursor de la Reunión este año y, además, amigo mío. Como no me esperaba se llevó una gran sorpresa y fundidos en un abrazo festejamos el habernos encontrado en tan preciosa plaza.





Aunque echamos en falta a Conchi Cosme y a Jaime Núñez, que recién llegados de Sudáfrica arribaron a la Reunión algo más tarde, allí estaban muchos de los moteros españoles que han llevado sus motos por todos los confines del Mundo, como Enrique Vidania que junto a su hijo Fernando han sido los primeros españoles en hacer el “four corners” americano, o Antonio Veciana, quien dio la vuelta al mundo en vespa en 79 días a comienzos de los 60, o los hermanos García (Jose María y Jaime) que hicieron en moto todo América (Norte, Centro y Sur) y además el primero de ellos corrió el Dakar hace un par de años; o Vicente Malpica gran conocedor de los lagos de Canadá y tantos y tantos otros…
Había visto fotos de todas aquellas motos mil y una veces, en revistas, en periódicos, en Internet… junto a ellos me sentía como cuando en algún cómic se reúnen buen número de superhéroes, que si Superman, Batman, Spiderman, Hulk, el Capitán América, etc, etc, todos juntos en un mismo cómic y yo con ellos. No hay palabras para describirlo.




Aunque la Reunión consistía en varios actos, yo sólo pude asistir a la ruta y comida por el espectacular Parque Nacional de Monfragüe, en Cáceres, que con aquella compañía parecía aún más hermoso.
Y a media tarde, no sin gran pena, decidí abandonar el grupo para volver a circular en solitario, puesto que aún me quedaba largo trecho por tierras lusas para llegar a mi destino. Y lo hice casi 18 después de haber arrancado la moto por primera vez, tras haber recorrido 1325 kms, con la inmensa satisfacción de haber participado en aquella magnífica Reunión, con la felicidad de haber llegado, a dormir, a Orense.

sábado, 19 de abril de 2008

OUM-JRAME






Oum-Jrame es un pueblo que no aparece en los mapas. La luz eléctrica llegó por primera vez hace poco más de un año. La gasolina se sirve, ante la atenta mirada de casi todos sus habitantes, en el medio de las polvorientas calles, a través de una garrafa cuyo precio hay que regatear hábilmente, so pena de pagarla más cara que en cualquier moderno surtidor de Europa. Las hembras de los dromedarios que acaban de parir se separan del grupo con sus crías para protegerlas y amamantarlas en la planicie.



Allí parece que el tiempo se hubiera detenido hace siglos; y al vernos partir con las motos nos despedían sonrientes con un “prisa mata, amigo”
No entraba en nuestros planes haber llegado hasta allí. De hecho difícilmente podríamos saber de su existencia. Pero poco antes del crepúsculo, la pista de tierra y arena que veníamos siguiendo por aquel desierto desapareció. Y no había forma de encontrarla. Ya no nos quedaba comida y apenas medio litro de agua para cuatro cansados viajeros, por lo que la idea de acampar allí mismo y esperar a la luz del día siguiente quizás no pareciera la más acertada, aunque fuera la única que considerábamos.







Poca gente imagina que la mayoría de desiertos están repletos de semillas que no germinan por la evidente ausencia del líquido elemento. Pero en aquel lugar en el que nos encontrábamos, extraordinariamente había llovido cuatro veces en los últimos meses; así que estaba verde, así que olía a flores. Además la luna llena lucía orgullosa en el cielo. Será difícil que olvidemos aquella sensación de estar perdidos en tales circunstancias: de noche, con luna llena; en un desierto, florido; solos, con tres amigos; angustiados… pero felices.





Al principio pensamos que era una estrella despistada que había caído desde el cielo. Pero después comprobamos que la luz se movía y se iba haciendo más grande y, además, venía acompañada de un ruido de motor. De inmediato encendimos las luces de nuestras motos a modo de señal y dio resultado: la luz se acercó a nosotros hasta que se convirtió en una Honda de 125 cc, destartalada y con dos bereberes encima, con sus sandalias, túnicas y turbantes, frente a nuestros cascos, botas, trajes y motos de última generación. Aún no sabemos quién estaba más estupefacto, si nosotros por sus “pintas”, si ellos por las nuestras.
Extrañados o no, fueron muy amables y nos indicaron por dónde debíamos seguir: Por allí, nos dijeron. Y por allí fuimos. O lo intentamos, ya que en los primeros cien metros nos habíamos caído los cuatro superhéroes del desierto al intentar cruzar un oued (restos de lo que un día debió ser un río, del que sólo permanece la finísima arena de su fondo).
Aquella travesía estaba siendo dura como un castigo de los dioses… pero excitante como un regalo del infierno. Tenga el lector la bondad de intentar imaginar la escena: la luna, el verde desierto, los cuatro viajeros llegados de quién sabe dónde, las cuatro motos tumbadas sobre la arena y los dos bereberes dudando entre huir despavoridos o echarnos una mano… y es de agradecer que se mostraran mucho más hospitalarios que cobardes. Entre los seis fuimos incorporando las motos a su posición más natural y después tuvieron la paciencia y bondad suficientes como para desviarse de su ruta y guiarnos hasta la primera aldea en la que pudiéramos pasar la noche, en una humilde kasba en la que era más caro ducharse que dormir, en un hermoso lugar en el que apenas hay gasolina y en el que las crías de los dromedarios se sienten seguras… en un pueblo, Oum-Jrame, que no aparece en los mapas.



sábado, 29 de marzo de 2008

McBauman, el Sultán de Ibiza


A mí, McBauman, hijo de maestro y reina, llegado a Ibiza desde tierra firme, me llaman el motero, el trotamundos, el navegante, el turista, el rutero, tragamillas, aventurero, descubridor, el viajero… a mí, McBauman, me llaman el Sultán de Ibiza.


En mis viajes he surcado mares, he escalado cumbres, he dormido en el desierto, he cantado con voz en grito en las popas de más de diez barcos, me he emborrachado en Escocia, he sido fugitivo en Suiza, he visto las estrellas desde dunas africanas, he corrido sin límite en el extrarradio de Londres, he pasado frío en Austria, me he enamorado en Italia...
A orillas del Cantábrico vi la luz por primera vez, allí vivió mi inocencia y encontré la amistad; en una extensa meseta a orillas del Tormes, me licencié en amores y acrecenté mi sabiduría y, ahora, aislado en el Mediterráneo busco la paz y la felicidad.
Parafraseando a Amin Maalouf, “soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía”.
Hoy recuerdo que hace años, cuando no sólo mi espíritu era joven, me gustaba viajar a París y comía un pan largo y fino, poco hecho y algo soso. Cuando llegaba a Dublín disfrutaba de una cerveza, oscura, amarga, poco gaseosa y de espesa espuma. Las mejores rubias las he conocido en Munich. En Roma he saboreado el mejor café y en Marrakech me han deleitado con los mejores tes.






Pero ya hace algún tiempo que no necesito recorrer más de 100 metros para hacerme con una baguette, una guiness, un expresso o un té verde traídos allende nuestras fronteras y a un precio comedido; eso sí, con certeza afirmo que nada me ha sabido igual que cuando lo he disfrutado al bajar de mi moto, después de recorrer algunos cientos de kms, tal vez de cruzar alguna frontera, de chapotear cualquier idioma por extraño que pareciera, o de flirtear con las, generalmente, bellas nativas.
A mí, McBauman el viajero, me llaman hoy el Sultán de Ibiza.
Aunque no lo sea.