Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

viernes, 8 de agosto de 2008

Los Dos Soles





Tal vez crea el lector que, en España, el sol crece por el Mediterráneo y se mete en el Atlántico pero… ¿seguro que es el mismo sol? ¿acaso alguien lo ha visto? ¿alguien lo ha seguido durante todo el día?
Sí, yo.

El reto consistía en ver cómo amanece desde una playa de Denia, ir siguiendo el sol todo el día y ver cómo atardece en esa misma jornada en el Atlántico, desde alguna playa próxima a Sanxenxo.
Poco antes de que madrugara el pasado día 8 de agosto, este motero se despertaba en Denia, se caía de la cama, se levantaba del suelo sobresaltado, se lamentaba por un tirón en el gemelo… sin duda fue el presagio de todo cuanto había de acontecer a lo largo de del fin de semana.
Una vez apostado con mi inseparable moto en la playa de Denia para dejar constancia del momento, veo que el cielo está nublado. Va a ser complicado ver si el sol crece sobre el Mediterráneo o no. Pero lo hace. Comienzo entonces la ruta hacia el oeste. Tengo 14 horas para hacer 1100 kms que podían haber sido menos pero que finalmente fueron más. Como siempre.







A pesar de que el sol intenta burlarse de mí escondiéndose entre las nubes, no le quito el ojo de encima, y cuando lo hago vigilo que siga estando ahí haciéndome sombra. Sombra hacia delante durante toda la mañana. Apenas había transcurrido una hora sin más sobresaltos que un pronunciado descenso de temperatura, más de 10º de diferencia, cuando empiezo a notar un cosquilleo en el estómago que poco a poco se convierte en retortijón, ¡oh no! La llanura era inmensa y no se adivinaba ningún lugar en el que poder relajar el esfínter.
Por suerte encuentro una gasolinera pocos kilómetros después. Yo bendigo al loco que se le ocurrió poner una estación de servicio en aquel lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. Vuelvo rápido a la moto y salgo pitando antes de que explote la gasolinera entera. Por los pelos.
Llego así a una autovía tan larga como aburrida. El sol sigue mis huellas y decide atacar sin piedad. La temperatura sube, sube, sube mientras el astro rey se va colocando verticalmente sobre mi cabeza. Así las cosas recibo una llamada desde el trabajo. Continúa la mala suerte: una hora “perdida” con un teléfono en la mano mientras el sol no me espera y sigue su rumbo hacia el poniente.
Poco antes del mediodía decido desviarme unos kilómetros y pasar por Salamanca, para ayudar a mi hermanita pequeña a apagar unas velas. Como si fuera un coleccionista de tazas me siento sobre una en más de tres ocasiones. Este estómago me va a matar.
Algo más tarde y con una maleta llena de besos y ánimos sigo hacia el noroeste.. Me quedan aún más de 500 kilómetros, menos de 5 horas. El sol me ha tomado la delantera y ya no dejaría de seguirle hasta el final.
3 ó 4 paradas “técnicas” más tarde llego a la preciosa localidad costera, media hora antes de que el sol se esconda. Me encuentro allí con Deme, uno de mis “muy mejores amigos” y que además se apellida Lorenzo, como el sol. Me ha preparado con detalle los últimos kms y me acerca hasta la hermosa playa de la Lanzada, a unos 10 kms de Sanxenxo. Peculiar paraje: Sobre el acantilado hay una pequeña ermita que invita a la meditación. Una meiga gallega vende pulseras encantadas con mágicos poderes. Pruebo suerte. El sol me ve con la cámara de fotos en la mano; sabe de su derrota, se pone rojo y se mete en el mar. Me despido de él con un hasta mañana, ha sido un digno rival, le dedico media sonrisa, le agradezco el reto y me voy en busca de alguna “roca”
Dije que vería si el sol mediterráneo era el mismo que el atlántico, dije que llegaría de costa a costa antes que él y… a duras penas, pero lo hice.