Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

martes, 3 de marzo de 2009

Stelvio, el Camino a las Estrellas







Hace unos cuantos años cuando aún era niño mi padre me vio hojeando una revista de ciclismo en la que los sufridos deportistas subían un legendario puerto, cruel, duro, largo, y alto con sus más de 2700 metros de altura. Le comenté: mira cómo suben el Stelvio los ciclistas que corren el Giro de Italia. - ¿Stelvio? preguntó- Stelvio, traducido del latín, significa camino a las estrellas.
Recuerdo que me impactó aquel puerto: las imágenes que veía, la leyenda que representaba e incluso su nombre, un camino que lleva hasta las estrellas...
Pero no sólo entre los ciclistas es anhelada la ascensión al Stelvio, también en el mundo del motociclismo subir al famoso puerto es una de las “obligaciones” que uno tiene que asumir cuando viaja en moto por Europa.


El viernes pasado salí desde Ibiza, dormí en Vilafranca del Penedés, donde me reuní con Juanma con quien estoy realizando el viaje. El sábado dormimos en Francia, en los Alpes, en la ladera del Mont Blanc. El domingo cruzamos parte de los Alpes suizos para dormir en el Ticino. El lunes, después de visitar Milán llegamos hasta Verona y hoy martes había llegado, por fin, el gran día.
A primera hora ultimamos las motos y nos dirigimos hacia las estribaciones del Stelvio. En pocos kilómetros ascendemos muchos metros, más de mil; en pocos kilómetros la temperatura baja varios grados, más de diez. Según nos vamos acercando cae la niebla que nos impide ver el puerto desde la lejanía. A ambos lados de la carretera empezamos a ver nieve. Cada vez más.
Los dos moteros seguimos rodando, nerviosos, por las divertidas curvas que nos acercan al puerto. Cada vez hay más nieve. Al comenzar la subida propiamente dicha empieza a llover y observamos un cartel en la lejanía. Nos acercamos y, horror, leemos que el Stelvio está cerrado al tráfico debido a la nieve acumulada en la carretera.





No nos lo queremos creer así que seguimos avanzando entre gotas de lluvia confiando en que el cartel de más abajo sea un olvido de hace unos días y el puerto ya esté en condiciones de tránsito. La temperatura sigue bajando, seguimos ganando metros de altura, la lluvia se convierte en nieve y la niebla no levanta. Los campos que nos rodean están verdaderamente blancos, en algunos tramos con más de un metro de altura, pero la carretera, aunque mojada, está limpia de nieve.
Vemos un lago enorme, helado y nevado. Un señor pasea por él en un trineo lanzado por un gigante caballo percherón. Hay gente practicando esquí de travesía, tan poco habitual por otras latitudes. Los niños juegan. Todos nos miran asombrados. Nosotros a ellos también. Nuevos carteles nos siguen anunciando que el paso del Stelvio está cerrado, pero nosotros miramos hacia otro lado y no los queremos ver.
Finalmente, a 1610 metros de altura, 16 kilómetros después de aquel cruce que nos anunciaba el puerto, la carretera está totalmente cortada. Se ve que el quitanieves dejó de trabajar allí. Alguien tuvo el detalle de poner dos señales de prohibido circular y apenas se ven por la nieve amontonada.
Veinte años esperando, más de dos mil quinientos kilómetros en estos cuatro días para atravesar cuatro países hasta llegar a esta zona de los Alpes que denominan los Dolomitas… y el Stelvio ni si quiera ha tenido la delicadeza de asomarse un momento entre la niebla.
Juanma me mira y el niño que hace años se asombraba con un puerto llamado Stelvio en una revista de ciclismo sale como un polizonte de algún rincón escondido de mi moto y echa una lagrimita mientras protesta:
¡Jo, yo sólo quería subir por el Camino a las Estrellas!…