Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

sábado, 11 de abril de 2009

Interlaken, "el castigo de los dioses"




Todavía puedo imaginarlo si cierro los ojos con fuerza: El día en que llegamos a Interlaken el mundo se había cubierto de nieve...



Interlaken se encuentra en el centro de Suiza, entre dos lagos, entre dos enormes montañas, entre dos terribles nevadas, entre dos de los mejores días que he pasado sobre una motocicleta...





Aquella mañana Munich nos despidió con lluvia y frío como si estuviera enfadada porque nos tuviéramos que ir. El sensor de marchas de la moto de Juanma se volvió loco y saltaba de sexta a punto muerto sin sentido alguno. Por supuesto, comenzó a nevar.



Al llegar a Suiza entre copos de nieve, abandonamos la autopista para seguir el trayecto por carreteras secundarias, ascendiendo puertos no demasiado largos ni altos pero de belleza extraordinaria. La estampa era espectacular, parecía que circuláramos por una postal navideña. Aunque no nos mojábamos, después de unas cuantas horas y varios cientos de kilómetros en esas circunstancias la humedad iba calando y el frío se hizo inevitable. A los lados de la carretera la nieve se amontonaba y parecía que se abría a nuestro paso, como las aguas al paso de Moisés. El casco de mi amigo Juanma empezó a empañarse, de manera que debía circular con la pantalla medio abierta. La nieve y el viento helado se colaban por la rendija entreabierta de su casco. Iba muerto de frío pero ni protestaba ni quiso acortar la etapa. Poco antes de llegar a "la ciudad de los lagos" debíamos ascender el Brünigpass… La nieve comenzaba a cuajar sobre el asfalto, el día se iba retirando para dar la bienvenida a la oscura y gélida noche, mis botas decidieron dejar de ser impermeables… todavía no sé porqué sonreía… la situación se tornaba dura y sin embargo se me antojaba excitante.
Finalmente, cuando dudábamos que pudiéramos pasar por aquel puerto, la difícil subida dio paso a una no más fácil bajada. A Juanma aún le quedaba humor para parar a hacer unas fotografías, y yo nunca digo que no.







Las luces cortas de su moto dijeron basta. Tuvo que continuar con las largas. Y se terminó el puerto. Y comenzó la ciudad. Paramos en el primer hotel que encontramos, daba igual que fuera caro. Lo era. Descubrimos que en una de las maletas de mi amigo se había abierto una botella de agua dejando escapar el líquido elemento sobre las ropas. Y Juanma sonreía a pesar de todas las calamidades. Es extraordinario viajar con alguien con esa capacidad para aguantar penurias sin queja alguna.



Yo iba tan feliz que aquel día me hubiera gustado no parar el motor de mi moto.
Todavía puedo imaginarlo si cierro los ojos con fuerza: el día en que llegamos a Interlaken fue una jornada dura como un castigo de los dioses; pero excitante como un regalo del infierno.



No hay comentarios:

Publicar un comentario