Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

sábado, 13 de junio de 2009

Quince minutos y cinco segundos




En esta vida no todo se puede medir. Los sentimientos, los recuerdos, las sensaciones, siguen prevaleciendo frente a los números. A menudo mis viajes son duramente criticados: paso muy poco tiempo en lugares que merecen visitas de varios días. Yo voy más allá: hay lugares en los que pasaría toda una vida… pero de momento, sólo Ibiza ha conseguido tal fin en mí.
Llegué a París un sábado a media tarde, con una hora de retraso sobre el horario previsto ya que me entretuve buscando un dolmen, que nunca llegué a ver, y terminé haciendo fotos en un bosque con los pies sumergidos en las transparentes aguas de un pequeño río.
Divisé desde lejos la majestuosa torre Eiffel y acudí raudo a buscar el cobijo de su alargada sombra. La capital se mostraba florida, no en vano era primavera. ¡Qué bella es París en primavera!





Perdí un rato buscando alojamiento y me quedé en el menos caro que encontré: un cuarto piso sin ascensor, sin ducha, sin desayuno, sin limpiar y con la cerradura averiada. Eso sí, muy céntrico.
Después saboreé una cerveza, tan grande como cara, junto a Notre Dame, paseé por los exteriores del Louvre, de los “Inválidos”, la Bastilla, por la Plaza de la Concordia… y terminé en los Campos Elíseos, mirando de frente el Arco de Triunfo por donde, año tras año, se pasean los maltrechos cuerpos de los mejores ciclistas del mundo, satisfechos, tras recorrer toda Francia en bicicleta… fue emocionante dar vuelta tras vuelta por aquel glorioso pavés… más tarde vi atardecer desde una de las hermosas orillas del Sena y terminé la noche en el Moulin Rouge.





Ya de mañana deambulé por los vacíos boulevares, decimonónicos, por el Parque de los Príncipes, silencioso, por las preciosas instalaciones de Roland Garros, que ya se vestían de gala. Dieciséis horas después de haber visto la torre Eiffel por primera vez, la viera por vez última. Dieciséis horas en París, en primavera. Una locura… de felicidad.
Casi han pasado 9 meses desde que me operaron el pie. 9 meses… el traumatólogo que me atendió dudaba que volviera a hacer deporte alguna vez. Puede que algún día desaparezcan las molestias, me advirtió. En 9 largos meses casi me convence. Hoy hace una semana hice un intento y… corrí durante quince hermosos minutos y cinco segundos. Me dolía todo el cuerpo pero no el pie. Lloraba emocionado mientras corría.
Dieciséis horas, 9 meses, quince minutos… en esta vida no todo se puede medir. En ocasiones es más pobre el que más dinero cuenta, 2 besos pueden ser menos que uno, o una lágrima puede llegar a pesar más que todo un lloro. En ocasiones, incluso, 9 meses de amarga espera puede que se desvanezcan por quince minutos de intensa felicidad…
Y cinco segundos.