Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

sábado, 22 de agosto de 2009

Soñando Caminos


(Me perdone D. Antonio, por el atrevimiento)



Yo, como Antonio Machado, voy soñando caminos. Y soñé que, hoy hace un año, no había entrado en aquella maldita curva. O que no habías entrado tú, canalla. Soñé que ya no me dolía; soñé que ya no te dolía, hermana. Y soñando sin dolor, soñé con más viajes, más curvas, más caminos; con mis viajes, tus curvas, mis caminos. Y soñé con Santa Pola. Con Ana, Mayte y Javier yo soñé. Soñé que encontraba billete de barco, que Jaume ponía a punto mi maleta, soñé que llegaba de noche, que me perdía entre Polonia y Noruega… Soñé con una anfitriona de ensueño, con un palacio con jardín yo soñé. Y con mil cervezas heladas, con mil hormigas, con mil hadas.
Y soñando caminos, soñé con un millón de palmeras, con largas playas, con el Mare Nostrum. Y con curvas, muchas curvas, soñé con fábricas de turrón, soñé con el puerto de La Carrasqueta… ¿acaso hay mejor sueño para un soñador?
Soñé que la guardia civil perseguía a una moto, soñé con un perro abandonado, con un baño clandestino, con la más rica de las paellas yo soñé. Soñé que de un grano de arroz brotaba una lágrima. Y que la lágrima se transformaba en sonrisa yo soñé. Y con tu moto, amigo, con tu moto también soñé. Soñé que Nuria y Sergio nos abrían todos los secretos de la ciudad de Alicante, soñé que alcanzábamos dos castillos inalcanzables. Y con una mágica cámara de fotos que escondía todos los colores de los fuegos artificiales. Y con la receta más antigua de todas las horchatas del mundo, yo soñé.






Y soñando caminos, soñé que cenábamos con tus primos. Con un inmenso chuletón a la madera, con bares ibicencos en Santa Pola… con un mojito…
Y el domingo soñé con playas vírgenes, con el azul del cielo, con el azul del mar, con el azul de mi moto. Soñé con Ibarra en un bar, dentro del mar, con unos camareros asiáticos que querían ir conmigo a Noruega ¿o contigo? y con aquella terraza desde la que se veía el mundo, yo soñé.
Yo voy soñando caminos, yo voy cantando, viajero, a lo largo del sendero, y soñé que no llegaba al barco de vuelta, que me quedaba “aislado” que daba la vuelta, soñé.
Soñé que había estado en Santa Pola. Soñé con el sol, soñé con las olas. Soñé con blancas arenas, con grandes palmeras… con aguas verdes, con piratas… con curvas, hormigas y horchatas… con mojitos, con cubatas… soñé con relojes amarillos, con canciones de REM … y entre las hermosas sonrisas de Ana, Mayte y Nuria ¡oh Sultán! que te vi, yo soñé.
Yo voy soñando caminos y, aunque, a veces, no sean reales… yo los soñé.









ALICANTE
En ocasiones lo que está cerca, está lejos. Lo fácil se torna difícil, lo corto es largo. Lo bueno y lo malo de cualquier pueblo de Alicante es que está ahí, tan cerca, que se llega enseguida; por eso nunca voy, porque al final, siempre paro el motor de mi moto más lejos, mucho más lejos, donde lo difícil parece más fácil. Bueno, no siempre…



sábado, 8 de agosto de 2009

El café de la envidia





Como todos los veranos este año también han venido un montón de amigos a verme unos días y a visitar la Isla. O al revés. Comida, moto, playa, cena, fiesta, comida, moto, playa, cena, paseo, comida… es muy dura la vida del turista… y más aún la del anfitrión que roba horas de donde no las tiene para intentar hacer los honores de guía. Cuando llega la hora de tomamos un café siempre pienso lo mismo: ¡qué envidia me dan! Al principio no me entienden. Si estamos haciendo lo mismo ¡cómo voy a envidiar su café! Entonces les explico que el suyo tiene los posos del café del viajero.





Cuando uno viaja todo sabe distinto. El cansancio es lo lógico, el sudor es el perfume, las penurias son anécdotas, las estrecheces son curiosidades, el presupuesto es un agujero en el bolsillo, las penas son una página más, el miedo es la aventura y los besos son siempre robados.





Estando con estas inquietudes recordé alguno de los lugares en los que me ha tocado pasar la noche mientras viajaba. Es cierto que en ocasiones he dormido en hoteles que ofrecían sábanas de seda y otros lujos que no vienen al caso, hoteles de alta alcurnia, hoteles que ayudan a que la cartera adelgace a pasos agigantados. Pero no es lo habitual ya que parecen más propios de otro tipo de viajes. En otras ocasiones me ha tocado dormir en hoteles con menos estrellas que una noche de tormenta. A veces he buscado la horizontalidad para ver llegar a Morfeo en un camping, en una jaima, haciendo vivac en una playa, en un jardín, en el monte… y generalmente son estos últimos los que más han calado en el espíritu viajero, al menos de quien esto escribe.
¿Cómo se puede explicar que a alguien le apetezca plantar su tienda de campaña en un secarral, dormir sobre una colchoneta, levantarse y no disfrutar de una plácida ducha y además tomarse un café frío y de sobre? Sin duda son los posos del café del viajero los que marcan la diferencia.
Hace algún tiempo disfruté de la compañía de una amiga que había conseguido reunir una curiosa fortuna. En su habitación hay siempre sábanas de fina seda india y desde allí se ve cómo amanece en el mar cada mañana. A la hora del desayuno no falta el café, de importación, de fuerte aroma y suave cuerpo servido en la mejor porcelana. Una mañana, al saborearlo mientras veía el mar, recordé mi saco de dormir, mi tienda de campaña, los secarrales y el café frío, de sobre. Y volví a recordar el café de la envidia. Cogí mi casco y no volví a ver amanecer desde aquella habitación.
Los posos son los posos.

(A Oihana, por el agradable café que originó el título de este relato)



Maneras de Vivir



“A menudo me recuerdas a alguien”… comienzo parafraseando una de las canciones del mítico Miguel Ríos que el pasado miércoles se despidió de Ibiza; demasiados cumpleaños que no pasan en balde, ni siquiera para un viejo rockero como él. Me recordó a Óscar Barrios, motero de Formentera que sale hoy hacia la Península con la intención de recorrerla, por la costa, en cuatro días. Una locura de viaje lo mires como lo mires. Más de mil kilómetros por jornada, con poco tiempo para visitar los preciosos sitios por los que se pasa; un viaje caro del que se saca muy poco provecho; un viaje cansado, arriesgado… un viaje que no deja indiferente a nadie.
Este viaje me recuerda al que realicé en mayo del pasado año con idéntico objetivo. Comencé la ruta el día en el que mi madre cumplía años y me fui a celebrarlo con ella. Óscar terminará el día en el que los cumple la suya y vendrá a celebrarlo con ella. Y parte hoy, día en el que los cumple mi hermanita. No sabía si celebrarlo, dado que este último año se lo ha robado un conductor poco respetuoso con las vidas de los demás, pero finalmente hemos decidido que sí hay que hacerlo. No hubiéramos podido si no se hubiera levantado de aquella fría cuneta pero, poco a poco, se va levantando, cada día un poquito más.
A estas horas la moto de Óscar ya está preparada con mimo para el reto, de mano de la gente de CICLOSPORT, como hace un año lo hicieron con la mía. Y toda la indumentaria estará dispuesta con detalle. Y las carreteras y autopistas que bordean nuestra piel de toro estarán memorizadas, con toda seguridad, con sus curvas y colores. Y los consejos (todo el mundo tiene un consejo que dar en esos momentos) y las recomendaciones y el ánimo y aliento de su gente… pero finalmente será él, solito, quien se enfrente a la carretera, al cansancio, a los 4400 kilómetros, al calor, a la rutina… ha sido él quien ha elegido una manera de recorrer millas, una manera de vivir… y corre el peligro de que cuando vuelva su vida ya no sea la misma, a partir de entonces en su diccionario las palabras “viaje largo” ya no tendrán mucho significado, y los días sin moto le parecerán una locura, y siempre querrá volver a Cadaqués, Tarifa o Finisterre… será un viaje que no deje indiferente a nadie, ni mejor ni peor que los demás, distinto, como las maneras de vivir.
A menudo, Óscar, me recuerdas a mí.