Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

sábado, 8 de agosto de 2009

El café de la envidia





Como todos los veranos este año también han venido un montón de amigos a verme unos días y a visitar la Isla. O al revés. Comida, moto, playa, cena, fiesta, comida, moto, playa, cena, paseo, comida… es muy dura la vida del turista… y más aún la del anfitrión que roba horas de donde no las tiene para intentar hacer los honores de guía. Cuando llega la hora de tomamos un café siempre pienso lo mismo: ¡qué envidia me dan! Al principio no me entienden. Si estamos haciendo lo mismo ¡cómo voy a envidiar su café! Entonces les explico que el suyo tiene los posos del café del viajero.





Cuando uno viaja todo sabe distinto. El cansancio es lo lógico, el sudor es el perfume, las penurias son anécdotas, las estrecheces son curiosidades, el presupuesto es un agujero en el bolsillo, las penas son una página más, el miedo es la aventura y los besos son siempre robados.





Estando con estas inquietudes recordé alguno de los lugares en los que me ha tocado pasar la noche mientras viajaba. Es cierto que en ocasiones he dormido en hoteles que ofrecían sábanas de seda y otros lujos que no vienen al caso, hoteles de alta alcurnia, hoteles que ayudan a que la cartera adelgace a pasos agigantados. Pero no es lo habitual ya que parecen más propios de otro tipo de viajes. En otras ocasiones me ha tocado dormir en hoteles con menos estrellas que una noche de tormenta. A veces he buscado la horizontalidad para ver llegar a Morfeo en un camping, en una jaima, haciendo vivac en una playa, en un jardín, en el monte… y generalmente son estos últimos los que más han calado en el espíritu viajero, al menos de quien esto escribe.
¿Cómo se puede explicar que a alguien le apetezca plantar su tienda de campaña en un secarral, dormir sobre una colchoneta, levantarse y no disfrutar de una plácida ducha y además tomarse un café frío y de sobre? Sin duda son los posos del café del viajero los que marcan la diferencia.
Hace algún tiempo disfruté de la compañía de una amiga que había conseguido reunir una curiosa fortuna. En su habitación hay siempre sábanas de fina seda india y desde allí se ve cómo amanece en el mar cada mañana. A la hora del desayuno no falta el café, de importación, de fuerte aroma y suave cuerpo servido en la mejor porcelana. Una mañana, al saborearlo mientras veía el mar, recordé mi saco de dormir, mi tienda de campaña, los secarrales y el café frío, de sobre. Y volví a recordar el café de la envidia. Cogí mi casco y no volví a ver amanecer desde aquella habitación.
Los posos son los posos.

(A Oihana, por el agradable café que originó el título de este relato)



5 comentarios:

  1. buen espiritu, asi se transmiten los sentimientos,y que razon llevas con la diferencia de tomarse el cafe de vacaciones a tomarselo casi por obligacion.

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  2. yo creo que nos ponen un café distinto si notan en nuestra cara que estamos de viaje ;-)

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  3. Me encanta el aroma y el sabor de esos cafés! ;-)

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