Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Abdul, el africano



Niños, son niños. Vienen a pares, por decenas en ocasiones, a veces se juntan casi un centenar. Es imposible saber de dónde salen, pero salen. En el lugar más inhóspito, en el punto más desierto, donde no se vea edificio alguno, sólo hay que parar un momento las motos y se les verá llegar corriendo desde algún punto inimaginable.






En una ocasión, circulando por un collado del Atlas, entre Marraquech y Ouarzazate hicimos la prueba: hacía un frío que pelaba y no se veía nada. Era un lugar inhóspito, lo juro. Estábamos a más de 2000 metros de altura, se veía nieve en algunas de las cimas que bordeábamos. Soplaba un viento fuerte y seco, y los matorrales que de vez en cuando encontrábamos, bailaban rítmicamente a su son constante. El lugar era hermoso, por lo poco habitual. Nos miramos y con un guiño de complicidad dijimos a la vez: ¡Aquí! Apagamos los motores de nuestras motos y esperamos. La hostilidad del paraje no invitaba, siquiera, a bajarnos de nuestras monturas para hacer unas fotografías. Pero no hubo que esperar mucho para oír los gritos que llegaban desde la lejanía seguidos de unos niños, serios en esta ocasión, imagino que debido al clima que ya se sabe que imprime carácter.
Pero no siempre es alegre ver aparecer niños. Si en Europa, por ejemplo, sólo se acercan para mirar la motocicleta y preguntar cuánto corre o cuánto cuesta si son muy atrevidos, en el África es muy distinto: en muchas ocasiones acuden al viajero para “pedir”; y a mí se me caía el alma a los pies cada vez que me ha sucedido. Al principio sólo querían caramelos, ¡bombons bombons! nos gritaban sonriendo. Más tarde pedían bolígrafos, seguramente por la “moda” reciente de que algunos turistas llevan bolígrafos o lapiceros para repartirlos por aquellos lares, sin importarles que muchas veces no los puedan utilizar porque ni saben hacerlo ni tienen dónde hacerlo. Pero he llegado a deducir que los quieren a modo de trofeo. Estoy seguro de que cuando el viajero se ha ido (ellos esperan siempre hasta el último momento aunque ya hayan obtenido su premio) se reúnen y compiten por ver quién ha conseguido más o cuál es más colorido. De otra forma no se entiende. Pero después era peor: nos pedían dinero… y eso es desolador. Mucho.



Otras veces, menos frecuentes, como cuando nos perdimos cruzando el Jbel Sarro, nos saludaban lanzándonos piedras. Bueno, está claro que no a todo el mundo le caen en gracia los extranjeros.
También nos ha ocurrido que intentaran vendernos algo que hubieran hecho ellos mismos o, en ocasiones, sus padres que esperaban escondidos y vigilantes en un segundo plano. O en los pueblos también se ofrecían para guardarnos las motos (grandes guardianes esos niños).




Pero en Zagora conocí a un niño del que guardo un especial recuerdo: se acercó un grupo más o menos numeroso y de entre el montón había un chico más tímido de lo habitual. Creo recordar que se llamaba Abdul. Por ser el que menos ruido hacía fue en el que más me fijé.



Al percatarse de que le sonreía sacó de su bolsillo una gacela del desierto que había tejido con una hoja de palmera y me la regaló. Así empezó nuestra amistad.
Durante todo el tiempo que estuvimos en Zagora, cada vez que yo entraba o salía de cualquier local estaba allí esperando, siguiéndome a todos los lados sin perderme de vista. Cuando partíamos, antes de despedirnos, nos hicimos una foto con las motos que sirviera como recuerdo. Me entregó una bolsa con gacelas y camellos de hojas de palmera que había estado tejiendo durante toda la noche, “para que se las regales a tus amigos de España” dijo.
Que Alá te proteja, Abdul.



viernes, 18 de diciembre de 2009

El Lago de las Tres Mentiras





El lago de Ginebra es un lago “mentiroso”. Esta noche, como no puedo dormir, me levanto y observo desde la ventana de la cabaña este pacífico lago rodeado de cumbres alpinas por todos los costados. La noche es tranquila. El silencio estremece. A pesar de haber estado nevando durante todo el día hace un rato que ya no lo hace y el cielo, ahora, está estrellado. Muy estrellado. Hay casi un metro de nieve a ambos lados de la carretera.





Llegar hasta aquí desde Interlaken con las motos nos ha costado un gran esfuerzo por la nieve acumulada durante toda la jornada. De los dos puertos de montaña que debíamos ascender el segundo ha estado a punto de vencernos. Pero no ha podido.
Llegar al Lago ha sido tranquilizador, como si al arribar hubiéramos alcanzado la paz.



A pocos kilómetros de aquí, en Montreux, se encuentra el castillo de Chillon, a donde Sissi, quien fuera emperatriz de Austria, acostumbraba a venir a refugiarse largas temporadas huyendo de la corte, para pasear a orillas del lago y empaparse de su apacibilidad. Huía de las convenciones sociales y las hipocresías de palacio. Se escapaba de la mentira que le obligaron a vivir.






A muy pocos kilómetros de allí, el grupo musical Queen vino a grabar su disco “Jazz” y el genial Freddie Mercury (vividor de la vida, cantante de canciones) quedó tan fascinado del lugar que eligió la localidad como su segunda residencia. Decía que junto al Lago podía encontrar “la paz del alma”. Y se escapaba de tanta mentira que le rodeaba.





Siguiendo la orilla en el otro sentido se encuentra Vevey, lugar elegido por Charlie Chaplin para terminar sus días. La crítica social que caracterizaba su obra no era bienvenida por las autoridades de Estados Unidos, en donde vivía y a donde no le dejaron regresar después de un viaje por Europa. Y acudió a orillas del Lago a refugiarse de tanta mentira social.






Entre tantas mentiras de las que huía gente famosa y no tan famosa me doy cuenta de que el lago de Ginebra no se llama así. Aquí Ginebra es Geneve, así que en todo caso sería el lago de Geneve. Pero tampoco es el lago de Geneve aunque Geneve sí está en la orilla. El lago de Ginebra o Geneve, en realidad, es el Lago de Leman. Y por si fuera poco el lago ni siquiera es de ginebra. Es de agua. Ni de Ginebra, ni de Geneve, ni de ginebra… ¡mentiroso!







Esta noche estrellada y tranquila a orillas de este lago rodeado de mentiras me ha dado por recordar a una rubia maravillosa que conocí hace algún tiempo; una rubia que me mintió en tres ocasiones: al principio, cuando decía que no me quería, me adoraba. Ahora que dice que me adora, yo sé que no me quiere. Y además, un día descubrí que… ¡no era rubia!
Pero a pesar de las tres mentiras, esta noche en la que no puedo dormir, esta noche en la que el silencio estremece, esta noche en la que se respira “la paz del alma”, me doy cuenta de que… es un lago hermoso.



NOTA: Confieso que es mentira: nunca he pasado una noche en una cabaña del Lago.



domingo, 13 de diciembre de 2009

El Toboso según McBauman







En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero olvidarme, ni puedo, no ha mucho tiempo se reunieron varios hidalgos, de rocines flacos pero corredores, de ollas abundantes, de verbo fácil y de amistad eterna… pero empezaremos, una vez más, por el principio de los tiempos.

Teniendo yo unos días libres en diciembre, y mis amigos también; viendo que La Mancha me queda lo suficientemente lejos como para arrancar la moto, y lo suficientemente cerca como para llegar, y a mis amigos también; comprobando que el Moto Club Dulcinea tiene a bien organizar una concentración motoquijotesca en El Toboso y que nosotros sabemos dónde dormir en Pedro Muñoz… decidimos arrancar las motos y acudir a tan magno acontecimiento.
Y mis amigos también.

Así que, una vez más, nos dejamos engullir por el gigante de acero… con tal de que nos arrojara a la Península a la mayor brevedad posible






Una vez más el deleite de los sentidos comenzó con el fin del día; antes de que se iniciara la ruta.








Y aquella noche, mientras mis amigos buscaban el calor al amparo de una botella de whisky en tierras manchegas, yo contemplaba "luz de humo" en la otra orilla del Mediterráneo.
Y de aquella hermosa noche no tengo más que decir







En los albores de aquel sábado el viajero partía de Alicante con una sonrisa que no le cabía en el casco. La salida fue peligrosa debido al tráfico que había (operación salida del puente de la Constitución) y al fuerte viento que golpeaba insistentemente en los lomos de la motocicleta.
Según iba saliendo el sol se iba escondiendo… detrás de los frondosos bancos de niebla que abundaban camino de la Mancha… y la temperatura iba bajando… iba bajando… iba bajando… una maravilla de viaje, vaya… los algo más de 300.000 metros que separan Pedro Muñoz de Alicante fueron un auténtico suplicio para el viajero.



Pero llegué.





Y allí me esperaban María, Topillo, Toriles y Óscar, que hacía las veces de anfitrión…







así que, después de ducharme primero, y volverme a desayunar, después, nos fuimos de ruta por la ruta que ya te digo yo que mola.







Y terminamos en las lagunas de Ruidera, singular paraje de belleza sin igual











Nos dedicamos a dar buena cuenta de viandas típicas de la zona para, acto seguido, enfilar rumbo a El Toboso y comprobar el ambiente que habríamos de encontrarnos en la concentración motera. Antes, nos despedimos de Toriles que debía dejarnos puesto que el día siguiente tenía que viajar allende nuestras fronteras.
Pero debió ser tanta la pena que vio reflejada en nuestros rostros y tanta la resaca que debio reflejar el whisky de la noche anterior en su cabeza que, se despidió de nosotros pero se quedó con nosotros.

Y empezamos a encontrarnos con amigos; y llegaron Lincesa y Linces; y tuve el honor de conocer en persona al maestro Fernando Toha con su impresionante montura al que no pude por menos que dar un abrazo de oso, tal era alegría que me llevé; y fuimos a saludar al presidente del Moto Club Dulcinea, organizador del evento, que no era otro que Ángel Luis, a quien ya conocíamos de nuestras desventuras en Covarrubias. Escribir en pocas líneas las atenciones que nos dispensó el señor presidente en cuanto nos vio, es tarea que este humilde contador de viajes no es capaz de llevar a cabo. Mil gracias por todo Ángel Luis.

Y, a pesar del frío, nos quedamos al concierto





Y estábamos muy contentos, oiga



Y de aquel día de La Mancha, repleto de frío, cansancio, emociones y resaca no tengo más que decir.



Domingo; el Moto Club Dulcinea


Lo peor de despertarse es que se acaban los sueños; a no ser que te vayas de ruta con tus amigos y de entre la niebla surjan gigantes, digo molinos, y a sus pies maravillosos rocines de hierro, y la vera de cada uno un motero ansioso por contarte una historia de un viaje o una curva... esos días, cuando te despiertas, es cuando el sueño comienza







La cosa es que, con sueño o sin él, habíamos quedado para ir a desayunar a El Toboso, con el montón de moteros de la Concentración, a unos 13.000 metros de distancia (más o menos). Sólo de pensar en arrancar la moto con aquel frío, con aquella niebla, con aquel hambre, me entraba la risa así que, antes de ir a desayunar, desayunamos, que la vida del motero es harto dura y sacrificada.
Lamentamos que a nuestro amigo Toriles no le durara la resaca para que se quedara con nosotros una jornada más pero, el muy desaprensivo, debió tomar alguna pastilla para el dolor de cabeza (para quitarlo, se entiende), arrancó su moto y se fue.
Y cuando hubimos desayunado en Pedro Muñoz, nos fuimos a desayunar a El Toboso.
Una gozada. Todo lleno de motos, todo lleno de moteros. Y te lías a dar abrazos y besos a todo el mundo. Y a escuchar historias. Y a hacer fotos. Y yo me río mucho así y me lo paso pipa, oiga.



Y si te falta algo Óscar se encarga, y si hay que esperar a que termines de desayunar por segunda vez, Ángel Luis se ocupa, y si hay que espabilarte con una carcajada que no le cabe en el pecho, Linces lo hace.
Y nos fuimos, como fantasmas entre la niebla hacia Campo de Criptana (que nada tiene que ver con campos de kryptonita) (al menos yo no noté nada) donde naciera años ha (muchos) Sara Montiel.
Linces y Topillo (con sus respectivas) venían detrás. El Maestro Toha iba a mi vera. Yo iba muy contento








Al llegar al pueblo, si vas con los "Dulcinea" te meten entre calles estrechas, te hacen subir una cuesta, pasas por una pequeña pista y... ¡¡señores, vaya molinos se gastan en este pueblo!!

A pesar de la densa niebla (y del frío) era una gozada estar allí, entre aquellas páginas con aspas de nuestra literatura





Lo que es la experiencia... mientras Fernando lucía calva, Don Fernando sacó un sombrero traído de vaya usted a saber qué país lejano, y se lo puso en la cabeza. Y así el frío se va a otro lado.







Y así todo el rato...





¡Hermosos monumentos!






Y allí mismo nos convidaron a un caldo, bien calentito. Yo no sabía si bebérmelo o meter la cabeza dentro. Por aquello de guardar la compostura y por no tener que dar explicaciones engorrosas cuando llegara a casa, yo también me lo bebí.






Y como no vimos a Sarita, nos fuimos todos a Pedro Muñoz. Nos dieron una vuelta por sus calles y por la plaza consistorial, y luego fuimos a lo serio que llegaba la hora del almuerzo: a meternos entre pecho y espalda unas gachas que... unas gachas que... cuéntaselo tú que a mí me da la risa







Y además nos dejaban repetir plato... ciertamente, muy dura la vida del motero.
Acto seguido, los que pudieron se abrocharon las cazadoras y los que no, no. Y abriéndonos paso entre la niebla y el frío llegamos hasta Mota del Cuervo, no en vano llegaba la hora del aperitivo.
Cuando el Presidente miraba hacia otro lado Topillo comía con los dos carrillos llenos ya que su madre le ha dicho que está en edad de crecer (ya te digo yo para dónde)





Y cuando el Presidente miraba para nuestro lado nosotros nos hacíamos fotos con él. Con ellos.







Porque son unas bellas personas y jamás dejarían a un motero morirse de hambre (doy fe)


Entre que ya no teníamos hueco para más viandas y entre que llegaba la hora de comer, nos fuimos pitando para El Toboso. Iba acompañado de Topillo (y María) y del Maestro Toha. El primero (los primeros) han recorrido media Europa; el segundo ha viajado por Europa y media. Curiosamente me dejaron guiar a mí que, dejándome llevar por la emoción quise hacer gala de mis habilidades. Y lo hice, vaya que si lo hice. Si el lector tiene la bondad de fijarse en un mapa el triángulo formado por Pedro Muñoz, El Toboso y Mota del Cuervo le parecerá que es difícil perderse para ir del primero al segundo... bueno, PUES NO ES TAN DIFÍCIL (y si no haber guiado tú)
Era llegar a un cruce y ponerme a cantar aquello de: "tú lo que quieres es que me coma el tigre, que me coma el tigre" y así al menos iba, perdido pero, contento.

Cuando llegamos a la plaza el campeón del Mundo de 125cc, Julián Simón, ya se iba. A Topillo le tocó una pierna. Como tenía fiebre no sabemos si eso era bueno o malo.
Y había mucha gente.



Ángel Luis tuvo la delicadeza de obsequiarme con un precioso recuerdo de la Concentración, aunque los dos sabíamos que en aquella plaza había moteros que merecían el obsequio más que yo, pero como me gustaba mucho el quijote motero y como nunca salgo en las fotos, le di la mano y no le dije nada.






¡Qué guay! jiji




Y a Linces también le dieron uno





Y a Óscar no, pero como no nos habíamos hecho una foto juntos, nos la hicimos.






Y luego ya me fui a lo que más me gusta (bueno...)







Dulcinea y el Quijote (je)



Y para despedir la concentración nos invitaron a una caldereta de cordero. Me faltan palabras (y horas de digestión)





Y después de la traca tocaba despedirse... jo!!!



Yo no me quería ir de El Toboso...




Pero me tuve que ir, no sin antes jurar que aquella no sería mi última concentración con mis amigos del Moto Club Dulcinea... (ni tan siquiera les dije que con lo que me cobraron de inscripción no pagan ni el pan que me comí)

Enfilando la moto rumbo al calor hogareño, con una pena muy triste en mi cara y una alegría muy alegre en el corazón, me di cuenta de que había dos caminos: el largo y el corto...
yo también elegí el largo.



Y como ya no había niebla, y como el sol se preparaba para meterse, y como a mí me encanta hacer fotos a los atardeceres y como no habíamos visto a Sara Montiel... me fui a Campo de Criptana otra vez.
Mola.





Y de aquella Concentración organizada en un lugar de La Mancha, en el que parecía que nunca pasaba nada desde hacía años, en el que pasé tanto frío, en el que me dieron tanto calor, ya no tengo nada más que decir...













Bueno sí queee... MUCHAS GRACIAS