Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

miércoles, 27 de enero de 2010

Las arrugas de Sofía Loren






La vimos por primera vez hará unos veinticinco años.
Se encontraba, junto a otras, en Andorra, a la puerta de un hotel. Todo el que pasaba por allí se acercaba boquiabierto, curioseaba sin disimulo e intentaba hacerse una foto con ella.
Lucía estupenda, maravillosa, espectacular…
casi tanto como ahora aunque haya pasado tanto tiempo, aunque sean las más jovencitas y modernas las que intenten ser el centro de todas las miradas y el objetivo de cada fotografía.






El lector avispado se habrá percatado, sin duda, de que estamos refiriéndonos a la BMW K100 RS, una joya de la ingeniería alemana. Aquel motor de cuatro cilindros (el primer motor K de BMW) ofrecía 100 cv con un consumo muy reducido comparado con la competencia de aquel entonces. Fue la primera moto de serie con el sistema antibloqueo de frenada (ABS) y, además, llevaba los intermitentes delanteros integrados en los retrovisores, lo cual, sin significar ningún avance tecnológico “molaba”mucho.




Fue nuestro amigo Jaume, de Ciclosport, el culpable de que 25 años más tarde hayamos visto realizado el sueño de poder montar semejante joya, de poder escuchar la música que todavía ofrecen sus cuatro cilindros cuando el motor se pone en marcha, de poder comprobar cómo aquel arcaico ABS sigue funcionando con la meticulosidad de la primera frenada, de ser testigos de que todavía los viandantes se siguen girando cuando la ven pasar, presumida, por la calle, a pesar del tiempo, a pesar de las bellas arrugas, a pesar de que las más jovencitas y modernas intenten ser el centro de todas miradas y el objetivo de cada fotografía.

¿Y lo de Sofía Loren? Bueno, también estábamos enamorados de ella hace veinticinco años y también a ella, ahora, las más jovencitas y modernas la intentan quitar el protagonismo, en vano, pues todo el mundo continua girándose a su pasar elegante y presumido…
aunque en este caso Jaume no haya podido hacer nada para que consiguiéramos cumplir ese otro sueño.
¡ay, Jaume, Jaume…!

martes, 26 de enero de 2010

Nunca caminarás solo




En aquel lugar sin nombre al norte de Inglaterra, Peter, Rupert y un servidor cantábamos a voz en grito el “you´ll never walk alone” que los aficionados del Liverpool han adoptado como himno. Era nuestra manera particular de sellar una amistad que había nacido pocas horas antes al refugio de unas pintas de cerveza.
Había sido un día lleno de emociones. A poco de pasar Carlise me esperaba una más: “El Muro de Adriano”. Lo construyeron hace siglos los romanos, por orden del emperador Adriano, con la intención de separar los territorios conquistados de aquellos otros más al norte (más o menos la actual Escocia) habitados por hadas y duendes, gobernados por Merlín. Desde una costa hasta la otra, desde Carlise a Newcastle. Sus restos son hoy Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO. Es emocionante recorrer parte de la verde campiña inglesa junto a lo que queda del histórico Muro. Paré en uno de los 14 fuertes que se construyeron a lo largo del mismo para hacer una llamada que finalmente no realicé. A veces es mejor ser prudente. Y empezó a llover. Bueno, al fin y al cabo estoy en Inglaterra. Arranqué la moto en pos de algún alojamiento y encontré un bed & breakfast en medio de la nada. Allí se encontraban dos parroquianos que acuden a tomar sus cervezas 365 días al año. Por un día, yo pedí la mía. Se interesaron por mi viaje y me invitaron a otra. Les enseñé la moto y me invitaron a otra. Les hablé de Ibiza y me invitaron a otra. Entre risas y anécdotas perdí la cuenta. Cuando nos íbamos a despedir me pidieron que tuviera mucho cuidado con la carretera durante el resto del viaje, be careful my friend. Claro, les dije, no os olvidaré. Y empezaron a cantar. Y empezamos a cantar. A voz en grito.



El Gruppetto de Calabria me escuchaba atentamente cuando contaba esta historia en la agradable terraza del restaurante Es Cucó, donde nuestros anfitriones, Cati y Miguel, se encargaban, con mimo, de que no faltara detalle. El Gruppetto surgió en un semáforo cualquiera de Denia. Antes de ponerse rojo algunos aceleraron. Otros decidieron esperar. O te vas o esperas, no hay más. Decidir esperar es una filosofía que unió al grupo para el resto del viaje y para muchos más.
Fue el simpático Luca, quien regenta con maestría il vecchio molino (el mejor restaurante italiano de la isla) quien habló de su Calabria natal como destino de algún viaje. Será difícil pero ojalá. Y aunque puede que nunca lleguemos a ir a la casa de Luca, de vez en cuando nos reunimos y lo discutimos. Y mientras tanto, comemos, cenamos o visitamos islas cercanas a la nuestra, con la filosofía de aquel semáforo en ambar.
El sábado pasado, cuando arrancaba mi moto y me despedía de mis amigos del Gruppetto de Calabria, en la soledad de mi casco, inconscientemente, me puse a tararear una canción: Nunca caminarás solo.
Con amigos así, será difícil.

lunes, 25 de enero de 2010

El día de San Sebastián

El Solitario




Todos los años, el 20 de enero, como un trocito de txistorra y lo riego con un vaso de txakoli. Es mi manera de celebrar, en la distancia, la tamboreada donostiarra, aquella a la que siempre asistía cuando, tiempo atrás, paseaba mi juventud por tierras guipuzcoanas.
Pero este año era distinto; esperaba ansioso que el calendario señalara el día 20 de enero dado que estaba anunciada la visita al archipiélago de un “amigo solitario”, al que conozco desde hace un par de años, al que aún no conocía hasta el día de San Sebastián.
Al principio de los tiempos le “robé” un viaje, el de la Península en cuatro días. Después le dejé plantado en una cafetería junto a su señora, un roadbook que me había preparado con mimo y un abrazo que nos habíamos prometido. Tiempo después le envié una camiseta “asultanada” y era dos tallas más pequeña de la que necesitaba (o él dos tallas más grande, no sé bien).
Aún así me tiene gran aprecio. Aunque pareciera otra cosa, gran respeto y admiración le guardo yo cuando leo y releo sus gestas.
Llegó y, durante unas horas, dejamos de ser moteros solitarios. Nos dimos aquel abrazo con dos años de retraso y debatimos sobre las ventajas de rodar sin compañía, aprendí sobre el tráfico de Atenas o los lagos de Finlandia, hablamos de cátaros, Andorra o Menorca, me explicó qué significa la T de su RT… el fútbol que se ve en Turquía, me lo contó´; las chocolatinas que come en sus viajes, me lo contó; lo intranquila que se queda, me lo contó; que al libro le quedan dos páginas, que odia las mangas que flanean, que tenemos pendiente una ruta a una antigua fábrica, me lo contó, me lo contó y me lo contó.
Más tarde nos despedimos y le devolví su identidad de "motero solitario". No me queda otra, amigo Gabriel, que agradecerte tu visita. Prometo devolverla y no dejaros plantados otra vez.

Al acostarme, el día de San Sebastián, me di cuenta de que este año, además de la txistorra y el txakoli, de postre había comido tarta.


martes, 19 de enero de 2010

Cáceres (o así) según McBauman







Algunas tardes me descubro fijándome en Toyto, ese torito de peluche que ha salido en la cúpula de mi moto... algunas tardes recuerdo lo cálido que es viajar con Amigos aunque el termómetro apenas se mueva del cero... recuerdo, algunas tardes, lo maravilloso que es ver nacer una amistad a través del adsl... lo divertido que es viajar cuando el plan es que no hay plan... lo fácil que es improvisar y olvidarte de los ¿problemas?... algunas tardes, decía, me descubro fijándome en Toyto, ese torito de peluche que compré como recuerdo de Sevilla el día que, sin casi saberlo, fuimos a Cáceres...
Pero, para que no te líes, empezaremos por el principio de los tiempos:

Cáceres (o así) según McBauman





Desde tiempos inmemoriales "la cofradía charra de la bella curva" (a veces de carretera, a veces no) tenemos la sana costumbre de acercarnos desde Salamanca a Cáceres el día de Nochebuena para regalarnos un suculento desayuno (en realidad sólo hemos ido un año; desde entonces siempre nos acordamos pero, por unas cosas u otras, siempre nos quedamos con las ganas de volver).
Este año las previsiones metereológicas no eran muy halagüeñas… pero teníamos tantas ganas de ir… Así las cosas nos acostamos con la idea de ir a Toledo en esta ocasión (o no) donde tampoco se tiene que estar mal, y, principalmente, de pegarnos un desayuno-homenaje en casa de Juanma. Y lo demás ya lo iríamos viendo.
Me despierto con la idea del chocolate con churros, coloco como puedo los restos de turrón que se me han pegado al cuerpo entre la ropa de invierno de la moto y me dirijo a una gasolinera. Aparece una señora muy enfadada diciendo que a ella nadie le ha enseñado a poner gasolina en el coche al sacarse el carné de conducir; me pide que lo haga yo. Busco la cámara oculta. Al estar oculta, no la encuentro. Sale el “gasota” exclamando que no es para ponerse así. Me nombran testigo. No acepto el cargo pero me quedo a ver qué pasa (y a repostar, que a eso había ido) Rellenan una hoja de reclamaciones y firman la paz.
Huyo en busca de “Toriles” primero y de los churros después.






Y procedemos en consecuencia con nuestro gran anfitrión no dejando ni las migas.
Con el estómago lleno de masa aceitosa y la boca de efluvios, tenemos a bien que no es correcto romper con una tradición que dudosamente ha nacido así que, con lluvia o sin ella, nosotros nos vamos a comer a Cáceres, oiga, y no hay más que decir.
Ponemos sobre aviso a Inmita y LuisFer que están pasando las fiestas en tierras extremeñas para que, o bien se escondan, o bien nos acompañen compartiendo mesa y mantel. Eligieron la segunda opción y nos pusimos muy contentos por ello. Chupi.

Desafiando las condiciones climatológicas adversas subimos a nuestras monturas.




Y “pallá” que nos fuimos. Y a ratos íbamos por la autovía y a ratos no. Y había dehesas con toros muy bravos pero yo no tenía miedo porque iba con mis amigos. Y si tuviera gachetobrazos les iría dando abrazos todo el rato, pero como no los tengo les iba haciendo fotos. Y así.



Y, una vez más, siguiendo la tradición, caballeros castellanos llegamos a tierras cacereñas.










Concretamos la cita con nuestros improvisados anfitriones, repartimos besos y abrazos y nos fuimos a tomar unos productos típicos de la tierra como aperitivo, primero, como comida, después.








Antes de la comida nos enseñaron dónde era menester disfrutar de los botellones cuando corrían años universitarios. Después de la comida nos enseñaron un cerro desde el que se ve, si subes, todo Cáceres. Y aquello, te lo digo, es muy chulo.









Entonces Juanma tuvo una visión: estamos a la misma distancia de Sevilla que de Salamanca… ¿por qué no vamos a cenar a Sevilla?




Y nadie supo responder por qué no, así que nos despedimos jurando un pronto reencuentro, y nos fuimos a Sevilla.





La temperatura era agradable para viajar en moto. Casi toda España estaba en alerta por las lluvias que estaban cayendo esos días y nosotros no nos estábamos cruzando con ninguna nube. Algunos campos estaban anegados. Las rectas se iban sucediendo una tras otra. Me acordaba de mi reciente visita a La Mancha, donde si alguien te indica que sigas recto, sigues recto de verdad.
Y se hizo de noche. Y empezó a hacer frío.





Siempre es emocionante llegar a la ciudad del No-do. Cuando huele a azahar, porque huele a azahar… cuando no lo hace, porque lo imaginas.
Y nos fuimos a Triana, que en ese barrio conoce Juanma unos cuantos antros en los que saborear viandas típicas de la zona, que en ese barrio nos había localizado María un buen hotel cuyo precio dejó claro Juanma al recepcionista en cuanto llegamos.
Resuelto el problema de la logística, nos fuimos de compras. No habíamos previsto pasar la noche fuera de casa así que no llevamos atuendos conformes con la capital hispalense.
¿Qué moda se llevará este año?





Y nos fuimos a la calle Betis. Mola.




Y entramos en los mencionado antros.








Y de cuanto aconteció aquella cálida noche de invierno, disfrazado junto a mis amigos, a orillas del río Guadalquivir, no seré yo quien diga nunca ni media palabra.






Todavía no se había levantado la niebla, y a duras penas se habían retirado las legañas, cuando los infatigables viajeros se fueron de visita turística



Y fuimos a La Maestranza y a la Torre del Oro






Y a la espectacular Plaza de España que ya te digo yo que es para verla…












Y camino a la catedral comprobamos los distintos medios de transporte de Sevilla.





Y llegamos






Compramos un toro de peluche cada uno para recordar tan magno fin de semana. Al mío, en homenaje a mis amigos lo bauticé al borde de la Giralda, con el nombre de Toyto. (Toriles y Topillo). Refrescamos un poco el gaznate y antes de que fuera demasiado tarde decidimos emprender el camino de vuelta a casa.





Y nos fuimos bien contentos.



Y no nos quedó más remedio que parar en Mérida a saludar a Augusto, que se había quedado de piedra




Y ya de noche, disfrutando de una gélida temperatura, regresamos a Salamanca. El fin de semana había sido tan inesperado como extraordinario. Habíamos puesto un eslabón más a la costumbre de ir en Navidad a Cáceres con la moto, habíamos comprobado lo cálido que es viajar con Amigos aunque el termómetro apenas se mueva del cero, lo maravilloso que es ver nacer una amistad a través del adsl, lo divertido que es viajar cuando el plan es que no hay plan... lo fácil que es improvisar y olvidarte de los ¿problemas?...

Por eso ahora, algunas tardes, me descubro fijándome en Toyto, ese torito de peluche que compré como recuerdo de Sevilla el día que, sin casi saberlo, fuimos a Cáceres...