Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

jueves, 17 de febrero de 2011

La siesta de San José y algunas fotografías








En aquella sombremesa yo no tenía sueño, tenía sueños…
El tubo de escape de Simba no me dejaba dormir… decliné la posibilidad de tumbarme a la siesta y dejé que Morfeo guiara el manillar de mi moto, sin importarme demasiado las decisiones que tomara a cada cruce.











Y desperté en las inmediaciones de San José. Del pueblo, digo, claro.
De lo inmaculado de sus casas pasé al cálido desierto, al frío mar, a la fina arena, a las artísticas rocas esculpidas en medio de las playas, al cielo azul, azul, azul… y yo ya no sabía si realmente estaba soñando que estuviera despierto.


















Y cuando el sol iba desapareciendo, el Cabo hacía lo contrario y se divisaba en lontananza, sobre el manillar de Simba. Torres de vigilancia, torres de iglesias, salinas, mar… el paisaje seguía siendo onírico.











Como un sonámbulo apuntaba con mi cámara de fotos hacia cualquier dirección, para poder demostrarme el día siguiente que había estado despierto, allí, donde, no hace tanto tiempo, las focas convivían con los flamencos, donde el sol se baña todas las tardes en el mar, donde San José duerme, donde el viajero sueña, despierto, a la hora de tu siesta…















Y ahora, viendo las fotografías no sé si aquel día de la siesta, lo habré soñado o si todo habrá sido un sueño...