Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

lunes, 30 de mayo de 2011

El Ciclista que me salvó la vida


Durante la disputa del tour de Francia de 1995, Fabio Casartelli, campeón olímpico de ciclismo en ruta, en Barcelona 92, por delante del mismísimo Lance Armstrong (de quien luego se haría íntimo amigo), sufrió un accidente. En una curva del descenso del Portet de Aspet cayó al suelo golpeándose con uno de los mojones que delimitaban la carretera del abismo. La imagen del corredor sobre el asfalto, en posición fetal, desangrándose, quedó para siempre en la retina de mis ojos.
Algunos años después, a poca distancia de donde aconteció tan fatal desenlace, se erigió un monumento en su memoria. Su nombre, Le Stelle… Las Estrellas. Todo ciclista que pasa por allí deposita un ramo de flores o guarda un respetuoso minuto de silencio.
Yo sabía que algún día iría.
Pero para que no te líes más, empezaremos por el principio de los tiempos.





Si a ti te hubieran regalado un casco molón y si a ti te lo hubiera personalizado Alfonso, El Tejo, www.eltejo.com, dime si tú no hubieras tenido unas ganas locas de estrenarlo haciendo un viaje cualquiera, como atravesar todos los montes Pirineos en un fin de semana, por ejemplo. Además, Juan y Mario seguro que venían. Edu, a lo mejor, también.
Cuando dejé de esperarles mi cabreo era, lo que viene siendo, bastante mayúsculo: Al salir de la autopista la barrera del peaje había caído sobre una de las motos y, además del susto, tuvieron que aguantar la bronca de la cobradora… no está bien comenzar las aventuras antes de que estemos todos juntos, no, no, eso no se hace.






Además, con la disculpa de que llevaban 200 kilómetros, traían los depósitos de sus motos medio vacíos… buffff, qué mosqueo me estoy pillando… pero todos los males se me pasaron cuando, mientras esperaba a que repostaran, unas señoritas de atuendo extraño y sonrisa fácil me preguntaron si tenía un macarrón para ayudarles a vaciar de gasolina el depósito de su coche de gasoil…
Y mientras Edu presumía de moto, Mario chupaba y chupaba gasolina, Juan se partía de risa y sevidor hacía algunas fotos para la posteridad. Y es que, de aquel coche, además de señoritas y gasolina salía champagne, flotadores y cuánto pudieras imaginar.










Y a aquel momento del viaje, en el que nos vimos involucrados en una despedida de soltera, en el que no paramos de reirnos durante un buen rato, le llamamos "la parrilla del gran premio"






Y emprendimos la marcha rumbo al principio (o final) de los Pirineos. Para ello nada mejor que seguir la orilla cantábrica, aunque haya que parar en Zarauz para desestresarse un poco.





Y aunque no te lo creas, al final llegamos a Fuenterrabía, precioso lugar fronterizo entre España y Francia, entre montaña y mar.








Llegamos a la playa para hacernos la foto de rigor en este tipo de travesía: los pies bañados por el mar Cantábrico. Tiene la gentileza de fotografiarnos una bañista que llevaba el tanga al revés... nos dio vergüenza fotografiarla a ella. Todos los usuarios de la playa miraban hacia nuestra ola; no se sabe bien si a nosotros por lo poco apropiado de nuestros atuendos o a ella por el poco acierto con el tanga.






Pero sin darle más vueltas al asunto nos fuimos de la playa, la ruta, al fin, comenzaba. Así que paramos a comer.
Ya era tarde para tales menesteres y ya sólo quedaban algunos pinchos. Pedimos todos los que había en la barra.
-¿en serio?
La mirada que le clavamos entre los cuatro despejó su duda.





Y a aquel momento del viaje, en el que no paramos de reirnos durante un buen rato, le llamamos "el mato grosso"





Lo de que me perdí nada más comenzar la ruta no te lo voy a contar, que luego todo se sabe. Pero sí que los primeros puertos, con el solecito eran una chulada. Ora estábamos en Francia, ora en España. Y llegamos a S. Jean Pied de Port, último pueblo francés del Camino de Santiago, paso previo a Roncesvalles.





Y llegar a Roncesvalles por un puerto tan chachi, le da a uno un punto de tranquilidad, de serenidad, de equilibrio... al menos hasta que una veintena de tibetanos (o cosa parecida) ataviados de uniformes típicos (de allí, digo), tambores, platillos, campanillas y otras puñetas, llegaron corriendo en alegre procesión hasta hacernos un corro para algaravío, ajetreo y jocosidad de los presentes.
Uno no sabe si es algo muy común en Roncesvalles estos honores de Buda, uno no sabe si se ha liado en algún cruce y está, tal vez, en la muralla china o así... uno no sabe... pero es muy agradable.







Y a aquel momento del viaje, en el que no paramos de reirnos durante un buen rato, le llamamos "el recibimiento de Buda"




Decidimos hacer algunos kilómetros más aquel día, para hacer algunos kilómetros menos el día siguiente. Lo que nos quedaba de ruta, junto al bosque de Irati, era realmente espectacular.
Y llegamos a Jaurrieta. Y decidimos alojarnos en Casa Sario www.casa-sario.com, que para eso nos lo habían recomendado. Y había un bombero escocés del que nos hicimos amigos de toda la vida. Y María, la camarera nos regaló un baile y nos explicó, desde el respeto, que en esa época las yeguas parían y que con nuestras motos podríamos ir a verlas... Todo lo demás, de verdad, prefiero no contártelo porque es muy difícil hacerlo.



Y a aquel momento del viaje, en el que no paramos de reir durante varias horas, le llamamos "el observatorio de las aves"
















Aquel sábado gris nos despertó con lluvia. Nada que objetar. Moteros intrépidos como nosotros no nos íbamos a arrugar por cuatro gotas. Y nos fuimos a contar gotas por los montes Pirineos.




Pero por encima de las gotas, en las cumbres de las montañas, estaban las nubes. Dicho de otra forma: había una niebla del copón. Y eso no mola tanto.




Y seguíamos la ruta, y nos seguía la niebla...




Y en ocasiones las gotas no estaban encima de nosotros, sino debajo. Una excusa como otra cualquiera para hacer unas fotos.







Subimos y bajamos el Marie Blanque y, empapados llegamos a Laruns. Estábamos pasando por algunos parajes preciosos y no apreciábamos tal belleza. Por otro lado, estábamos arriesgando nuestra seguridad circulando con tanta niebla. Apenas podíamos avanzar. Ante nosotros el cruce que llevaba hacia el Aubisque y Tourmalet, a nuestra izquierda, o hacia el Portalet, regreso a España y posibilidad de seguir la ruta por el eje pirenaico.
Reunión de emergencia en la cantina del pueblo para deliberar. Aparece Isabelle, la camarera. Le ponemos el garito hecho unos zorros. Como ella no entiende nuestro sentido del humor ni nosotros el suyo, cada uno se rie a su manera. A ratos, te lo digo yo, nos reíamos un poco asustados, pero nos reíamos. Isabelle, desde su sentido del humor tan galo, no paraba de dar instrucciones. Si le pedías unas bolsas de plástico, te trataba de usted. Si le pedías más bolsas de plástico, decidía que la taberna estaba llena. Si no decías nada, decía que tenías la cara triste. Incluso, decidía a quién retratar y a quién no.
Un torbellino de mujer, te lo digo.






Y a aquel momento tan gabacho, a aquella situación tan húmeda, en el que, a pesar de todo no paramos de reir, le llamamos "el capitán caratriste".







No nos arriesgamos a hacerle ninguna pregunta desde el respeto y decidimos dejar las machadas para otro fin de semana, así que enfilamos el Portalet para llegar hasta Andorra evitando la niebla. A pesar de no ser la ruta escogida, el paisaje seguía molando mucho, muchísimo.












Y llegamos hasta Andorra por el másquemotero eje pirenaico. ¡Qué carretera tan molona, oiga!

Como el principado nos recibió con las tiendas cerradas nos dedicamos a buscar alojamiento y un lugar en el que nos dieran buena cena que recuperara nuestros cansados cuerpos. Y las risas siguieron sonando en aquel pequeño país rodeado de montañas. Que se lo digan al pelirrojo y al gay.

Y a aquel momento, en el que seguimos sin parar de reir, le llamamos "el Padre Putas". Aunque no sea por lo que tú estás pensando...













El domingo tocaba volver a casa. Lo malo de volver es que se termina el viaje. Lo bueno de volver es que vuelves.
Decidimos hacerlo por Envalira (nevado), por el olvidado col du Port y luego iríamos viendo cómo íbamos de tiempo. Lo que viene siendo, sobre la marcha.







Y llegamos a Saint Girons, por supuesto mucho más tarde de lo previsto. Yo tenía interés en seguir cruzando algunos puertos más, primero porque quería llevar a mis amigos a una humilde crepería de montaña extraordinaria, segundo porque tenía interés en pasar por el Aspet, aunque nada dijera al respecto.
A Edu se le hacía tarde y quería ir en busca de la autopista, aunque fuera solo. Pero no era buena idea irse solo, por cuanto puediera suceder. Y decidimos ceder todos un poco: un puerto más y a por la autopista.

El ascenso fue divertidísimo. Dos moteros locales nos iban marcando la ruta. Yo cerraba el grupo. Hicimos cumbre. La crepería no estaba allí tampoco... bueno, en otro viaje será.
Curva, curva, curva, que se nos acaba lo bueno antes de llegar a la aburrida, pero en ocasiones necesaria, autopista. Y allí, al salir de una curva cualquiera, en el arcén se erigía un monumento blanco, rodeado de flores... o de estrellas tal vez.
Solté el acelerador, aminorando la velocidad. Quise avisar a mis amigos que ya desaparecían por la siguiente curva... no quise estropearles un descenso tan divertido así que guardé mi particular "segundo" de silencio y le prometí a Fabio Casartelli que en otra ocasión volvería con más tiempo. En la siguiente curva, esa por la que segundos antes mis amigos habían desaparecido, Simba, mi maravillosa moto que en los anteriores 102.000 kilómetros no había tenido ninguna avería, no frenó. Como en las películas, apretaba el freno, y la velocidad no se reducía.
Fui trazando la curva hasta que pequé lateralmente contra el pretil. Fui rozando hasta que finalmente perdí el equilibrio y caí.


El motor de Simba seguía sonando, tumbada en medio de la calzada, mientras perdía aceite a borbotones por uno de sus cilindros... hasta que se paró para siempre.
Mis amigos aparecieron rápidamente. Yo no me podía levantar. Me dolía mucho un costado. Desde el interior de mi recién estrenado casco (lo nuestro fue corto pero intenso) puse cara de "la que he liado".
El resultado fueron dos costillas rotas (que ya soldarán) y brindarles a mis amigos la oportunidad de lucirse como tales. Y vaya que si lo hicieron... en el ciberespacio no cabe el sentimiento de agradecimiento. Se preocuparon de absolutamente todo de manera magistral. Yo no hubiera sabido hacerlo todo tan bien, con tanto cariño, respeto y amistad.

Y a aquel momento, en el que por primera vez en todo el fin de semana dejamos de reirnos, en el que el monumento de Casartelli consiguió que llegara a la curva mucho más lento de lo que hubiera sido sin él, en el que escuché rugir el motor de Simba por última vez, en el que mis amigos demostraron su amistad, yo le llamo GRACIAS.
De verdad de la buena.




(Última foto que hice a Simba antes del percance. ¡Guapa!)