Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

jueves, 15 de diciembre de 2011

El Ferretero de la Sierra







ORO LÍQUIDO 

La primera vez que le vi, en la tierra de Dulcinea, llegó, paró su moto junto a las nuestras y, haciendo gala de una gran gallardía, la tiró contra una de ellas. Después nos agasajó con unas gorras capaces de iluminar el futuro. Con eso se ganó nuestro respeto. 

La segunda vez que le vi, a orillas de la Malagueta, había parado su moto antes que nosotros. Eso nos tranquilizó. Nos regaló un pequeño recipiente que contenía oro líquido, de ese que sólo se produce en un rincón aislado del mundo mundial, un rincón capaz de hechizarte para toda la vida si te acercas a él... oro líquido... Con eso se ganó nuestra admiración. 

La tercera vez que le vi, confundió un vaso de agua con uno de aguardiente. Con eso se ganó nuestro cachondeíto. 

Pero para que no te líes, empezaré por el principio de los tiempos a contarte esta historia llena de molinos, olivos, curvas, amigos, fotos (¿fotos?), risas y oro, mucho oro. Oro líquido...




Un año más, habíamos decidido acudir a la Concentración motoquijotesca que organiza el Motoclub Dulcinea, cosa chula donde las haya. Juan debía pasar a recogerme para hacer camino juntos. Me encanta oírle llegar por la lengua de piedras que recorre desde Santander hasta Tolouse, desde Tolouse hasta el Txarriduna. Una exquisita pierna de cordero después, tras coronar Somosierra anocheciendo y en plena nevada, llegamos por unas divertidas pistas hasta El Toboso, donde nos esperaban un montón de amigos dispuestos a compartir mesa, mantel y ginetónicos. Y de aquella noche en la que las motos durmieron dentro de casa, en la que a mí me confundieron con otra persona y a ti no, y en la que apareció un topo malo con capa y antifaz, mejor no voy a contar nada. 








GIGANTES





Si tú estuvieras en Campo de Criptana haciéndote unas fotos con tus amigos delante de unos gigantes, y notaras la presencia de unos ojos que te miran y de una boca que te dice: -McBauman!!!! - tú también te hubieras llevado un susto. Pero como esos ojos eran de Masshu, entonces en vez de salir corriendo te llevas una alegría, y ya está. Y Diego también estaba porque también había venido. Así que compartes tu alegría con ellos y te haces unas fotos, que es lo normal cuando uno se lleva una sorpresa así en Campo de Criptana.











Y nos fuimos a Consuegra sin tener muy claro que íbamos a Consuegra. Y como la carretera era un rollo nos metimos por unas pistas intrasitables gracias al barrizal de barro que allí había. Cosa chunga, te digo. 


Y en Consuegra estaba Masshu con su suegra (y con Diego y su papi). Ya no sabíamos si es que había una Masshu en cada pueblo de la Mancha o qué, pero ya nos explicó ella que no, que era todo una casualidad. Ah, bueno.
















Poco a poco nos íbamos juntando más y más amigos, poco a poco se iba respirando más ambiente motoquijotesco... y mientras unos ideaban hacer pistas de noche, otros hablaban de “Fransia”, algunos lucían pantalones “zame”, había quien dormía en un arcón con tal de no aguantar los ronquidos de un superhéroe y yo, cada rato que pasaba, más feliz estaba. 




DULCINEA







El domingo tocaba la ruta motoquijotesca molona que organiza la gente, buena gente, del Moto Club Dulcinea. No sé qué tiene esta concentración que me tiene el corazón prendado como ninguna otra. 

¿Será por el desayuno de El Toboso? Será 

¿Será por los molinos y el caldo de Campo de Criptana? Tal vez 

¿Será por las gachas de Pedro Muñoz? Puede ser 

¿Por las tapas de La Tasca en Mota de Cuervo? Quién sabe 

¿Por la caldereta de carne, por la zurra, por el emotivo minuto de silencio, por los merecidos premios entregados, por la entrega de las dulcineas y dulcineos del club? 

La cosa es que yo, poco amigo de concentraciones y saraos pseudomoteros, vivo enganchado a esta Concentración organizada por una familia de moteros para un montón de moteros que nos sentimos como en familia... ¡Va por Usted, D. Ángel Luis!































Estaba yo con estas elucubraciones, mientras hacía la digestión de la caldereta, cuando observé que Ramón arrancaba su moto. Sin pensarlo dos veces nos fuimos tras él, dado que Javi nos había invitado unas semanas a su casa. A la de Ramón, digo. Aunque él no lo supiera o se enterara tarde. ¡ah, se siente! 

Lejos de enfadarse se puso tan contento (este tío no es normal) aunque no pudo, por menos, que ponernos una penitencia: Pasaréis por lugares hermosos, cruzaréis parajes maravillosos, veréis atardeceres increíbles, disfrutaréis de paisajes impensables... pero no pararéis a hacer fotografías ni a tomar cafés. (jopetas). 

Acto seguido nos regaló una ruta, bordeando las Lagunas de Ruidera. ¡Qué cosa tan hermosa, oiga, disfrutar de las últimos rayos de sol en lugar tan privilegiado y con tamaña compaña! 

En ese momento pensé, tú a mí no me mandas, y me paré a hacer unas fotografías... un par de kilómetros antes de donde Ramón nos iba a levantar el castigo, que era un lugar mucho más fotogénico, claro.






























EL CORNUDO DE CAZORLA







Cuando, ya de mañana, desperté no podía creer lo que mis ojos me obligaban a creer: Rodeados de montañas, por encima de las nubes, estábamos en aquel lugar, escondido del mundo mundial, en el que crecen los árboles de los que brota el oro líquido. Comprendí que, efectivamente, aquel lugar era un tesoro.













Cuando sonaron los motores de nuestras motos, pudimos comprobar que, con herramientas, utensilios y materiales de hierro y otros metales de los que se usan en carpintería, plomería, carpintería, albañilería, electricidad y otros oficios, nuestro amigo había construido un sueño, un sueño que subía, por carreteras que no imaginas, hasta el castillo de Segura de la Sierra. Y no seré yo quien te diga lo que se ve con aquellas vistas. 

Un sueño que seguía subiendo, por una carretera imposible hasta el Yelmo, y es que, más arriba, es imposible subir. 

Y por el pantano de Beas, pasamos; y en la Sierra de Cazorla, nos adentramos; y al mirador de Felix Rodríguez de la Fuente, nos asomamos... y terminamos en Cazorla, ese precioso pueblo, tan andaluz, en el que sus calles suenan a blues. Y nos pareció un lugar estupendo para darle sejo y deshacernos del hambre con los productos más típicos de la tierra: un gustazo muy gustoso.













































































Y aquel sueño que había construido el ferretero, nos condujo a un lugar mágico: a cada curva iban apareciendo ciervas y cervatillos... algunos se asustaban y salían corriendo, otros nos miraban fijamente... y salían corriendo. Entonces, en una curva cualquiera apareció él. Ramón y Juanma pararon sus motos. Cuando llegamos los demás, también. Por un caminito que desembocaba en un lago había una manada de ciervas y, entre ellas, destacaba un macho dominante que nos miraba mostrando su cornamenta majestuosamente. Hay que ser muy ciervo para chulear así de semejantes cuernos. En aquel momento mi sonrisa daba dos vueltas al casco. Allí, en un paraje sin igual, disfrutando de un silencio estremecedor, deleitándonos del privilegio que supone gozar de semejante cornudo, estábamos los cuatro amigos, los del espíritu de Pirineos y los de los Alpes. Y allí es donde se forjó el espíritu de Cazorla, porque la visión de un cérvido en esas condiciones, une mucho. 

Entonces, cuando Javi había aparcado la moto, se había quitado los guantes y el casco, se había colocado las gafas de sol y había comprobado que la moto tenía todo en su sitio, nos preguntó que dónde estaba el venado... el bicho hacía rato se había marchado pero, daba igual. Lo importante no era verlo, lo importante era estar allí. 







SIN ESTRÉS





El día siguiente era un día muy emocionante por varias cosas que tú no sabes todavía y por eso te las voy a contar: Volví a despertar rodeado de montañas, por encima de las nubes. Volví a quedarme con ganas de probar los churros de Orcera, pero volví a disfrutar de las tortas del lugar (¿las haces tú? )Y del aceite de la primera prensá, ese que sale cuando el esparto aún está limpio, ese que no se puede comprar.





Ramón se puso un casco muy especial, porque muy especiales son los recuerdos que me traía. Arrancó su moto y le seguimos. Los cuatro amigos, entre la niebla, marchábamos; rodeados de olivos, marchábamos; impregnados por el olor a aceituna, marchábamos; si salía el sol, si la carretera estaba húmeda, si había baches, si había curvas, si había cuestas, marchábamos, marchábamos, marchábamos. Se respiraba oro líquido por los cuatros costados.

Ramón nos había hablado de un lugar en el que había una señal de tráfico que esa no la ves tú en cualquier lugar del mundo por mucho que tengas las maletas llenas de pegatinas. Así que seguimos paralelos a largas filas de olivos, hasta llegar a las cercanías de Riópar, en la Sierra del Segura. Y tenía razón. Yo nunca había visto aviso semejante.












Cuando llegamos a Beas de Segura yo estaba muy emocionado. Y como yo estaba muy emocionado mis amigos se emocionaron también, que yo lo sé. Y en la entrada del pueblo paramos un rato. Allí habían nacido mis hermanitas hace algún tiempo y yo no iba desde que tenía 5 añitos. Mejor dicho, también fui a principios de este año, aunque no llegué por la noticia de una pena muy triste que me obligó a dar la vuelta. Eso me hacía emocionar aún más.

Y todo en Beas me recordaba a mi familia. Mola.














Pero este día aún nos guardaba algunas sorpresas. Ramón nos había preparado una orcerada, una de las cosas más divertidas que he hecho encima de una moto. Como si estuviéramos dentro de un anuncio de turismo en Andalucía, íbamos rodando por las calles más estrechas de Orcera. Después de cada esquina aparecía una nueva calle. Y otra. Y otra. Calles minúsculas, calles blancas, calles empinadas, calles hermosas, calles de Orcera. Mil gracias Ramón, por ese momentazo. 

Sospecho que fue ahí cuando nuestro anfitrión creyó que era en serio que nos íbamos a quedar varias semanas en su casa, hasta después de Navidad o así. Por lo tanto, de la manera más elegante que a uno se le pueda ocurrir, descorchó una botella de cava y brindamos todos juntos por nuestra despedida, aunque con otras palabras. Un artista, ya te digo. 

Así que nos fuimos, a celebrar que ya nos íbamos, a un bar en el que, nos advirtió, o nos lo pasamos requetegenial o nos echan. 

Por suerte, nos lo pasamos requetegenial. 

Pero no esperes que te cuente yo nada de un lugar llamado “sin estrés”, en el que bebes lo que te ponen y no lo que pides, en el que te enseñan a cortar jamón con un tenedor, en el que los ginetónicos saben a gloria, en el que la tertulia sienta cátedra, en el que te explican que Japón está ahí tan cerca, pero tan lejos... un crack Jenaro, un crack. 









Y ahora, que han pasado algunos días, contemplo ese pequeño frasco que aún contiene algunas gotas de oro líquido e imagino que toda esta historia que te he contado ha debido ser cierta, aunque no me lo pareciera. 


Sólo los más nobles y leales son dignos de llamarse amigos míos. 
Sólo los más nobles. Sólo los leales. 
Como aquellos con los que compartí el espíritu de Cazorla. 

Como el Ferretero de la Sierra