Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

miércoles, 25 de abril de 2012

Serena calma




Tenía que ser hoy.
La tensa calma que se respiraba después de terminar la reunión se vio interrumpida por el sonido del teléfono. Y más allá del número desconocido escuché una voz conocida. Tan lejana. Tan cercana.
Y tenía que ser hoy... Podía haber sido cuando lo intentaste desde Mauritania o Mali, pero no, el destino había elegido que el día fuera hoy… y tú ya sabes lo que pasaba hoy…
Y al escucharte, con tu voz calmada, he imaginado la de kilómetros que han pasado desde aquel día en el que te fuiste a Sudáfrica enfilando el camino al Montseny, aquel día en el que demostraste toda la calma del mundo para saborear un bocata de butifarra entre amigos, en vez de perderte, en un manojo de nervios, en busca del horizonte… el día de las gafas, la cuerda, el gps… el día de la despedida.
Y hoy, tenía que ser hoy, cuando te he escuchado que, de un viaje en moto de más de 20.000 kilómetros, las mejores fotografías, son de personas. Incluso las de Estocolmo. Hoy me has tenido que contar que en aquella peluquería, les convenciste de que eres negro... hoy, tenía que ser hoy.
Hoy ha tenido que ser el día en el que me he quedado sin palabras para decir que recibir la noticia de que has llegado a tu destino, como tú lo has hecho, mola. Mola que hayas ido, mola que hayas llegado y mola que yo haya recibido la noticia.
Y, como te decía, después de finalizar la llamada, la tensa calma que se respiraba al terminar la reunión, se ha tornado en serena. Como la del día del bocata en la carretera que llevaba a Sudáfrica. Serena calma, Eduard, serena calma es lo que transmites.
Mola. 
De verdad.



sábado, 21 de abril de 2012

En algún lugar de Chequia...






... Allí estábamos los tres, encerrados en un solitario aparcamiento, a veinte kilómetros de Brno, mientras se acercaba el ocaso del día. Miquel Silvestre estaba tan contento porque había encontrado la llave de su moto. Hacía fotos a diestro y siniestro, de esas cosas inapreciables que los demás no vemos y él sí. Yo también estaba muy contento, primero, porque no había perdido la llave de mi moto. Segundo, por no tener la llave del aparcamiento. Tercero, porque el destino puso a aquella motera húngara, de hermoso contorno y suave cutis, a la misma hora y en el mismo lugar que nosotros (lo que viene siendo que también estaba encerrada en el aparcamiento). Yo viajaba con una tienda de campaña de dos plazas y a Miquel le encanta pasar las noches contando estrellas…
Con cara de preocupación (fingida) le expliqué a la motera húngara, de hermoso contorno y suave cutis, que aquel candado parecía de acero de Bilbao. Por desgracia, fingida, eso no lo fuerza ni McGuiver, asentí. Le expliqué que llevaba una tienda de campaña entre mi equipaje y que no se preocupara por Miquel, que le gustaba contar estrellas. Su cara de preocupación (de la motera húngara de hermoso contorno y suave cutis) no parecía tan fingida como la mía. No lo entiendo.
Al volver a nuestras monturas me di cuenta de que Miquel Silvestre no estaba. Cuando en semejante situación pierdes de vista a un tío que ha recorrido más de sesenta países, es como para no fingir la preocupación.
Fue entonces cuando, a lo lejos, escuché un grito. Sin duda era Miquel… pero, para que no te lies, será mejor que te lo empiece a contar todo desde el principio de los tiempos.