Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Los viajes olvidados








Hace unos días recibí una amenaza clara: “como sigas así, pasará a llamarse el escondite de los viajes olvidados”… y aunque no estoy seguro de que eso fuera tan mala idea, vinieron a mi mente algunas imágenes y experiencias, de esas que consiguen que te hagas adicto a los viajes… de esas que consiguen que te hagas adicto a compartirlos… y pensé que, tengo que acordarme de contárselos.


En mis recuerdos caían copos de nieve gigantes, como los que vimos en Sanabria el día que íbamos hacia Córdoba, la ciudad en la que, al fin, las mujeres tenían deditos en los pies… sí, tengo que acordarme de contárselo.




Me acordé de la decepción que me llevé en aquel ferry, cuando desde cubierta, con los ojos abiertos como platos al pasar por las Islas Feroe, con la ilusión de un niño pequeño las buscaba entre las olas pero no, no  aparecieron. De verdad, ni ballenas ni sirenas. Tengo que acordarme.


Antiguamente, cuando los descubridores llegaban a los límites de la tierra decían que “más allá hay dragones”. Tengo que acordarme de contarle que yo estuve apoyado en un faro desde el que se veían los dragones… sí, que no se me olvide lo del faro.



Del puente que pasaba por encima de la paz del alma, tengo que acordarme. Del motero que se dio la vuelta porque más al norte no había nada que le interesara, no puedo olvidarme. De la foto equivocada de Berlín, de las partidas de un camarote de un barco, de los días en que no me importan las nubes… tengo que acordarme, tengo que acordarme y tengo que acordarme…












Del ladrón de viajes, de una gasolinera fea, de la Bella Isabela, de una foto de Zaldibar, de los luxemburgaleses, de una corona islandesa, de aquella navaja perdida, del aparcamiento de la hamburguesería, del solucionador de problemas, de los machos alpha, del motorista que se quería comprar un coche... tengo que acordarme.













Y de que, a veces, cuando se pone el sol, un dragón, pequeño, asoma la cabeza desde el bolsillo de mi chaqueta, de mi chaqueta de los viajes… de los viajes olvidados.

Sí. 
Tengo que acordarme de decírselo...