Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

domingo, 28 de julio de 2013

La última canción


Yo intentaba explicar al ertzaina que en aquel coche azul que se alejaba, viajaba una chaqueta con mi documentación en uno de sus bolsillos.
Él miraba las maletas de mi moto, mis sandalias y mi pie vendado. Una quemadura infectada era el origen de aquel apósito.
La cata a la que me había comprometido a ir, iba a comenzar sin mí.
Como en una película surrealista de mal gusto, sonó mi teléfono y escuché noticias, malas noticias, de crisis y abogados sin escrúpulos.

Si en el suelo hubiera habido una vieja lata de cerveza le habría dado una patada entonando, desanimado, la última canción, algún blues melancólico que se me hubiese ocurrido en aquel maldito y gris arcén…






Pero no había ninguna lata, así que respiré profundo y le expliqué a la autoridad que, aunque no se lo creyera, mis maletas estaban incompletas. Entre tanta pegatina aún faltaban muchas y que, este verano, yo habría de completarlas todas… pegando banderas con aroma de vodka y rakija, con la parafernalia de visados y requetevisados, con el misterio de nuevas repúblicas viejas… con las historias de cosacos, príncipes, condes y zares… con la gracia de carreteras por montañas muy altas y de carreteras bordeando la costa turquesa de alguna aislada isla. Tierras de volcanes, habrá; tierras de cruces, habrá; arenas blancas… sí, arenas blancas también habrá.

Y mientras el agente seguía escribiendo y escribiendo, yo trataba de explicarle que en Bikar Motos, de Bilbao, habían sido muy generosos con este aprendiz de viajero y que no menos lo había sido Dynamic Line, distribuidora de Schubert, Held y Daytona (entre otras marcas de prestigio) aunque a él, parecía importarle poco.

Cuando, un rato más tarde, volví a arrancar mi moto, ya no me dolía mi pie, ya no me crispaba aquel control de velocidad, ya no me importaba llegar tarde a la cata… tan sólo sonreía por no haber encontrado una vieja lata en el suelo que patear, por no haber cantado, aún, la última canción.

lunes, 22 de julio de 2013

El Escalador de Sueños








Por este mundo de viajes y sueños, de viajeros y soñadores, hay un personaje que sobresale entre todos por lo pequeña que la tiene y lo poco que le importa.

Desoyendo las indiscutibles leyes de la lógica, del sentido común y de la comodidad, el tío arranca su motocicleta de 125 cc y se planta en cualquier lugar que puedas imaginar. Y pasito a pasito, como si fuera escalando montañas, va alcanzando sueños. ¿Que a ti te gustaría ir a Senegal? Él ya ha estado. ¿Qué te gustaría circular por Siria? Él ya ha ido. Por Túnez, por Austria, por Normandía…. Ha ido, ha ido y ha ido.

Hace unos días, Fernando Retor estrenaba montura pero no cilindrada. De nombre Galita, luce orgullosa por tierras vallisoletanas su esbelta silueta.








Me encontraba concentrado en la contemplación del vuelo de las mariposas cuando recibí una llamada: - ¡Quiero que seas el padrino de Galita!

Entonces, vinieron a mi mente, miles de kilómetros soportando lluvia y calor, noches oscuras y oscuras aventuras… y travesuras… Rutas del miedo, de los desiertos, de la guerra civil, de las mil bodegas… estuve a punto de exclamar - ¡dónde vas con esa moto! – pero sonreí y callé. Después de todo tampoco soy el más indicado para decirle que por ahí no era.

Así que, suerte Galita, estoy seguro de que, a pesar de los pesares, es un privilegio acompañar en su peregrinaje a un escalador de sueños.

Y eso, pequeña, te hace grande.