Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

sábado, 27 de agosto de 2016

Una cicatriz masai






Según una milenaria tradición japonesa, las cicatrices de una persona son parte de su historia, representan un momento único en su vida y mostrarlas debería ser motivo de orgullo. Hay cicatrices que consiguen hacer a una persona más bella, pues pueden contar una bella historia. También pueden reflejar la torpeza de algún acto o decisión de su vida.
Las cicatrices son así.

Cuando, después de mi segundo accidente en Kenia, me levanté del suelo, rápidamente comprobé que en mi ánimo iba a quedar una cicatriz.
No sentía ningún nuevo dolor, más allá de volver a ver a la Caprichosa, digo Misionera, nuevamente con los bajos a la vista.
Moví la rodilla y cadera izquierdas para comprobar que las lesiones de mi primera caída no hubiesen dejado de evolucionar tan favorable y rápidamente como lo estaban haciendo hasta el momento. Todo estaba bien.

La moto de Charly tampoco parecía tener mayores desperfectos. Una nueva cicatriz que algún día nos hará sonreir, pero de una de sus maletas, gota a gota, se iba desvaneciendo una botella de Amarula. Con cada gota, se fundía aún más mi ánimo.

Llamé a Polo, otra vez, para que diera media vuelta.
Volvió y entonces, otra vez, todo empezó a ser un poco más fácil.

El viaje, fascinante viaje, sin moto, continuaba.

Pero para que lo entiendas mejor, en cuanto vuelva a casa tendré que explicarte todo desde el principio de los tiempos.
Aunque tengas que esperar aún unos días.
Aunque todavía me duela mi nueva cicatriz.
Mi cicatriz masai.


sábado, 13 de agosto de 2016

Sin noticias de Karen





Escribo estas líneas al pie de las colinas Ngong.

La vida parece tranquila en Kenia.

Ayer pasé mucha vergüenza. Un grupo de españoles, disfrazados de De la Quadra Salcedo no paraban de dar la nota a voz en grito con chistes malísimos. Ni abrí la boca, porque si hablo en castellano, me pillan. Y si hablo en inglés, me pillan también.

En el aeropuerto de Nairobi tuve un pequeño desencuentro porque me querían cobrar un impuesto de importación de casco y ruedas. Intenté explicar que si blablablá e incluso que blablablá y terminé en una oficina más grande, con tres señoritas muy negras, muy gordas y muy sonrientes. Pero que me querían cobrar.
Les pedí que me dejaran salir porque fuera me esperaba un contacto local. Salí. No me dejaban volver a entrar.
Al final entré. Como ellas sonreían mucho, como las que salen en los vídeos de Charly Sinewan, yo hice lo propio e insistí.
Las tretas de Charly siempre funcionan.

Ya fuera, con mi dinero, mis ruedas, mi casco y mi contacto, fui al servicio a hacer aguas menores.
Al salir estaba mi dinero, pero ni mis ruedas, ni mi casco, ni mi contacto. Empezamos bien, me acaban de dejar con lo puesto a las 4 de la mañana en el aeropuerto de Nairobi. Salgo corriendo para cualquier lado y finalmente vuelvo. Allí está mi contacto esperándome en el coche con todo lo demás. Me está bien, por malpensado.

En el coche escucha una emisora de radio china aunque reconoce que no entiende ni jota.

Empieza a llover.

Llegamos a un famoso hospedaje entre viajeros que no voy a recomendar ni loco.

Me esperan algunas sorpresas.

Ni rastro de Karen.


Mola escribir esto, aquí, al pie de las colinas Ngong…

jueves, 11 de agosto de 2016

Memorias de Dinamarca









Algún día, tendré que volver a la casa de Karen Blixen…

Aquel año, al regresar de Islandia, decidí seguir ruta por Noruega y Suecia hasta que me aburrí de tirar hacia el norte y di media vuelta.
A la altura de Copenhague, de lo que estaba aburrido era de los cafés nórdicos, tan largos y aguachinaos. Así que lancé una queja por Facebook implorando un cortadito, un cortadito, solo quiero un cortadito, como los que a mí me gustan.
Contra todo pronóstico mi queja tuvo respuesta: Eddy, a quien aún no conocía en persona, estaba viviendo en Dinamarca, así que, sin pensarlo dos veces se prestó a invitarme a un café cortado en un marco incomparable.




Después de un muy buen rato escuchando mil relatos daneses, cuando nos íbamos a despedir, Eddy señaló un árbol, un gran árbol, que sobresalía por detrás del tejado de una mansión.
-Allí vivió Karen Blixen (autora de la novela autobiográfica “Memorias de África”) y junto a aquel árbol está enterrada. Yo me tengo que ir, pero puedes acercarte y visitar la casa.

Así que después de un cálido abrazo y desearnos un próximo reencuentro me dirigí a la mansión.

No tuve problema en aparcar la moto junto al impresionante jardín y directamente me adentré en un paseo entre todo tipo de flores, árboles y charcas.
Puse en mis auriculares la maravillosa banda sonora de la versión cinematográfica que inspiraba mi visita, compuesta por John Barry y di rienda suelta a mi imaginación.
A pesar de los intentos, no lograba encontrar el hermoso árbol que desde lejos se divisaba tan fácilmente, así que, ayudado por el wifi libre que había en semejante casoplón, intenté buscar algo en internet. No lo encontré, pero daba igual.
Dejé que la sensación de estar allí y en aquel momento impregnara todos mis sentidos… entre olores de nenúfares me daba la impresión de estar viendo a Karen llorando su amor a Robert Redford, digo por Finch Hatton.
Poco me importó no encontrar la tumba. Convencido de que aquel lugar era totalmente mágico entré en la casa e hice un par de fotos mientras mi emoción seguía creciendo.







Al cabo de un rato se acercó una señora ofreciéndome su ayuda. Debía tratarse, sin duda, de alguna nieta o bisnieta de la célebre escritora así que la miré, emocionado, y con los ojos vidriosos le di las gracias. Alguna foto más y me iría dejándola tranquila, tal vez cuidando los nenúfares.
Pero ella, sin perder su sonrisa replicó que con toda seguridad, esa foto que tanto me interesaba, estaba en la casa colindante o en su jardín, pues, efectivamente, era la mansión de los vecinos la que estaba junto a un árbol que daba sombra a una tumba, era allí donde se habrían secado las lágrimas de amor o de desamor, era allí donde deberían permanecer los aromas de los cafetales africanos…





Así que, avergonzado por el error, fui al otro edificio, vi el árbol, la tumba y los souvenirs para los turistas que acertaran con la casa…
Pero ni aromas, ni lágrimas, ni magia…

Por eso, te decía, que algún día tengo que ir a la casa de Karen Blixen…

Tal vez salga hacia allí mañana.
Sí, mañana mismo.



miércoles, 13 de julio de 2016

La montaña maldita









El Mont Ventoux es una montaña maldita, como si no fuera de este mundo.

Estoy convencido de que es un pedacito de luna que un día se estrelló en la tierra, aunque hay quien sostenga que su aspecto lunar se debe al increíble mistral que sopla en su cima, impidiendo que crezca ni pizca de vegetación.

Reafirmando mi teoría, no hay quien crea lo que los geólogos defienden: que forma parte de los Alpes… ¡pero si no hay ninguna otra montaña de altura en muchísimos kilómetros a la redonda!
La han dejado sola, porque no es de este mundo.









Mañana, 14 de julio, llega el pelotón del Tour de Francia hasta la cima del Mont Ventoux. Pero justo hoy, hace 49 años de que el campeonísimo británico Tom Simpson falleciera a menos de un kilómetro de la cima.

Yo tenía mucho interés en ver el monolito que descansa en su memoria en aquel punto, por eso aparqué mi moto abstrayéndome de las decenas y decenas de ciclistas que subían y bajaban, ignorando el imponente viento.
Allí, tan cerca de la meta, tan cerca de la cima de aquel pedazo de luna, me parecía escuchar la voz de Simpson suplicando sus últimas palabras: “¡Subidme a la bicicleta! ¡Subidme a la bicicleta!”.
Junto al monolito observo un montón de bidones de bici, de gorras, de flores y de recuerdos en memoria de quien fuera campeón del mundo y medallista olímpico.
En una esquina, sus hijas le dedican una placa. “No hay montaña lo suficientemente alta…”

Hace 49 años, en los bolsillos de su maillot encontraron varios botes de anfetaminas. Uno de ellos vacío. 
Hace 48 años, comenzaron a practicarse los controles antidoping en el Tour.


Cuando el sonido de mi moto volvió a sonar entre decenas de ciclistas, cuando volví a notar el mistral golpeando mi casco, había dos frases que bombardeaban mi cabeza:
“Subidme a la bicicleta”, “No hay montaña tan alta…” “Subidme a la bicicleta”, “No hay montaña tan alta…” “Subidme a la bicicleta”, “No hay montaña tan alta…”

Tengo la sensación de que no entiendo nada.

Y abandoné aquel pedacito de luna convencido de que simplemente, en ocasiones, a pesar de lo romántico de la cosa, hay estrellas que se estrellan.





viernes, 24 de junio de 2016

De la promiscuidad motera





Quizás algún observador se habrá dado cuenta de que en las últimas semanas he montado en un montón de motos que no eran mías. ¿Despiste en el garaje? Noooooo. Para que lo entiendas, será mejor que empecemos desde el principio de los tiempos:
Todo empezó el día en el que tuvimos que dejar a Billow en su concesionario de confianza para una pequeña puesta a punto. Lo normal cuando una es centenaria.
Para poder seguir con nuestro día a día, nos ofrecieron una BMW R 1150 R. Una moto muy molona, a pesar de que ya tiene unos cuantos años, pero nuestra unidad tenía algún problema electrónico o de otra índole que hacía que se encendieran luces y alarmas a cada kilómetro… como para ponerse a hacer pruebas.
Eso sí, volver a tener los interruptores de los intermitentes separados en las dos piñas, fue realmente emocionante.





Así las cosas, Borealis Motorent & Tours tuvo a bien que arrancara una de sus flamantes BMW R 1200 RT LC. Yo siempre he querido tener una de esas joyas, así que me venía de perlas el ofrecimiento. Y, te diré, arranqué tan contento que la autoridad de tráfico me obsequió con un recordatorio a modo de fotografía de momento tan jovial. ¿Esto no será así todos los días que se arranca una RT, no?


(Foto: Gobierno Vasco)


Lo primero que mola cantidubi es el arranque pro o como se llame esa cosa de arrancar sin llave. Por ser, es algo bastante superfluo en una moto (hemos conducido toda la vida girando la llavecita y no parecía tan mala cosa) pero después de varios días usándolo, junto al cierre centralizado de maletas y guanteras, lo apunto para incorporarlo a mi moto ideal de los sueños.
El motor poco me sorprendió, no en vano es como el de mi centenaria ADV, pero sí me pareció que la caja de cambios iba más fina que la mía. Se ve que la han ido perfeccionando y me parece un acierto, porque es de lo peorcito que tiene mi moto.
Conducir una moto con musiquita mola mucho. Es otro nivel. Vas tan feliz por las curvas escuchando la banda sonora que le vas a poner luego al vídeo para aburrir a todos tus amigos de Facebook,  pero en directo. Me encanta. Mucho más que hacerlo a través de los auriculares del casco. Apuntado también para la moto idílica de mis amores.






Pero puestos a hacer kilómetros hubo tres aspectos que no me hicieron tanta gracia:

1.- Las rodillas van en posición más flexionada que en la ADV. En tiradas cortas no se nota, pero cuando llevas un par de horas sobre la moto, te vas acordando de lo que mola una moto alta.

2.- Marta iba cómoda como una reinona peeeero… en carreteras de curvas el suelo le parecía que  estaba demasiado cerca. y no le gustaba mucho. Hummm… sobre este punto tengo que pensar un poco más...

3.- Y, la verdad, echo de menos las pistas.








Una semana después, decidí de una vez por todas, que la RT es una moto mega guay que no compraré nunca.



Disipada la duda de la RT me pareció interesante disipar la duda de la BMW S 1000 XR, así que me pasé por Borealis (Motorent & Tours) a ver si me la cambiaban para ir a Bielsa, donde se celebraba el Artic Pirineos en el que pensaba participar. Dicho y hecho.
Esta vez sin instantánea de recuerdo (espero) arranqué más feliz que una perdiz. ¡Qué moto! 
Los 4 cilindros de BMW son impresionantes, me encantan el motor, la entrega de potencia, la postura de conducción, la frenada, la suspensión…






¡Ah, y la caja de cambios! Qué cosa tan suave y fina… combinada con el cambio pro ni te cuento, le da mil vueltas a la del bóxer. 
Eso sí, al embrague hay que darle un par de vueltas más, porque si me dices que se les había olvidado poner uno y colocaron el primero que encontraron, me lo creo. Cosa tan floja, oiga.

Para viajar como a mí me gusta viajar, no me sirve esta moto, pero si no, sería sin duda una de mis motos favoritosimas. Qué motor, qué motor…
(Apunto el motor y la caja de cambios para mi moto de encargo)











Una vez en Artic, Fran (de Borealis) (Motorent & Tours) me ofrece su Africa Twin. Con las ganas que tenía yo de probar la moto, como para decirle que no.
Por primera vez en mi vida en este planeta, aquello de primera para abajo y las demás para arriba no vale. La moto tiene el sistema de cambio DCT. Mejor aún.





Los primeros kilómetros por carretera no me hacen ninguna gracia. 

Volver a una rueda de 21” montada con tacos no es una invitación a darle mucha caña desde el primer kilómetro. Pero un poquito más allá abandonamos el asfalto para adentrarnos en una preciosa pista de piedra. ¡Qué tortura! 

Cada vez que arrancaba la moto había que pulsar un montón de interruptores para que la moto fuera por bien por pistas, sin ABS trasero, con el control de tracción que yo eligiera, en manual o automático y no recuerdo qué cosas más. Como se te olvidara activar o desactivar cualquiera de los sensores te arriesgabas a hacer un buen tramo en primera, o tractoreando o frenando muy malamente. Y lo malo es que cada vez que apagas la moto no queda guardada la configuración... Punto muy negativo éste, para mi gusto.







Pero, unos cuantos baches y piedras más tarde, le fui cogiendo gusto a la cosa y… qué maravilla de moto. Lo que en un principio era una tortura se tornó en una delicatessen.

 Terminé yendo muy deprisa (bueno, para las cualidades que tiene uno, claro) por las pistas pirenaicas para arriba y para abajo. Muy divertido el juguetito. Potencia suficiente, docilidad, ligereza y un sistema de cambio que cuando le coges el punto es toda una delicia.
No me gustó demasiado que no guardara las configuraciones, la ausencia de maneta de embrague en las curvas muy cerradas (además entraba primera y la experiencia era un tanto rara, aunque seguro que con kilómetros se soluciona), la manera de accionar el freno de mano y que cuando uno para la moto se queda en punto muerto. Tendrá que ser así, pero a mí no me gusta.
Algunas protecciones para caso de caídas tontas o no tan tontas no estaría muy de más en una moto con aspiraciones a muy campera.

Moto muy molona y divertida a la que le fui cogiendo mucho más cariño según iban pasando los divertidísimos kilómetros. 
Apuntado el DCT para mi moto ideal.








Y como en el Artic Pirineos estaban las 3 ducatis multiestrada enduro que tiene a prueba Enduro Park, acepté la invitación de Roc para darme un paseo en una de ellas. Antes de montar, me extrañaba su insistencia en que me tenía que explicar cuatro cosillas, pero lo entendí en cuanto empezó con las explicaciones. Esta extraordinaria montura, tiene tanta electrónica y tantas posibilidades de tarado que bien merece la pena pasarse un rato toqueteando antes de arrancar. De hecho, me parece que ése es uno de los puntos fuertes de la ducatona.







Por quitarme el mal sabor de boca, enfilamos (junto al equipo Borealis en otro par de MTS) la misma pista con la que estrené la Honda el día antes. Ciertamente no fueron muchos kilómetros para obtener un veredicto con garantías, pero hay que reconocer que, superadas las vibraciones que el motor transmite a través del asiento, me pareció una moto con muchísimas posibilidades. Un motor poderoso, una suspensión suficiente y una frenada muy acertada, me parecieron ingredientes interesantes para añadir a mi moto perfecta... como para quedarme con ganas de hacer muchos kilometros más con esta joya. Muchísimos kilómetros más, tal vez.



                                                                                                (foto: Andoni Gascón)


Y luego, ya, volví a rodar con mi centenaria.