Siempre regreso feliz de mis viajes, porque vuelvo; y triste, porque regreso. Después los guardo en este escondite; para que no se pierdan, para que nunca terminen.

jueves, 11 de agosto de 2016

Memorias de Dinamarca









Algún día, tendré que volver a la casa de Karen Blixen…

Aquel año, al regresar de Islandia, decidí seguir ruta por Noruega y Suecia hasta que me aburrí de tirar hacia el norte y di media vuelta.
A la altura de Copenhague, de lo que estaba aburrido era de los cafés nórdicos, tan largos y aguachinaos. Así que lancé una queja por Facebook implorando un cortadito, un cortadito, solo quiero un cortadito, como los que a mí me gustan.
Contra todo pronóstico mi queja tuvo respuesta: Eddy, a quien aún no conocía en persona, estaba viviendo en Dinamarca, así que, sin pensarlo dos veces se prestó a invitarme a un café cortado en un marco incomparable.




Después de un muy buen rato escuchando mil relatos daneses, cuando nos íbamos a despedir, Eddy señaló un árbol, un gran árbol, que sobresalía por detrás del tejado de una mansión.
-Allí vivió Karen Blixen (autora de la novela autobiográfica “Memorias de África”) y junto a aquel árbol está enterrada. Yo me tengo que ir, pero puedes acercarte y visitar la casa.

Así que después de un cálido abrazo y desearnos un próximo reencuentro me dirigí a la mansión.

No tuve problema en aparcar la moto junto al impresionante jardín y directamente me adentré en un paseo entre todo tipo de flores, árboles y charcas.
Puse en mis auriculares la maravillosa banda sonora de la versión cinematográfica que inspiraba mi visita, compuesta por John Barry y di rienda suelta a mi imaginación.
A pesar de los intentos, no lograba encontrar el hermoso árbol que desde lejos se divisaba tan fácilmente, así que, ayudado por el wifi libre que había en semejante casoplón, intenté buscar algo en internet. No lo encontré, pero daba igual.
Dejé que la sensación de estar allí y en aquel momento impregnara todos mis sentidos… entre olores de nenúfares me daba la impresión de estar viendo a Karen llorando su amor a Robert Redford, digo por Finch Hatton.
Poco me importó no encontrar la tumba. Convencido de que aquel lugar era totalmente mágico entré en la casa e hice un par de fotos mientras mi emoción seguía creciendo.







Al cabo de un rato se acercó una señora ofreciéndome su ayuda. Debía tratarse, sin duda, de alguna nieta o bisnieta de la célebre escritora así que la miré, emocionado, y con los ojos vidriosos le di las gracias. Alguna foto más y me iría dejándola tranquila, tal vez cuidando los nenúfares.
Pero ella, sin perder su sonrisa replicó que con toda seguridad, esa foto que tanto me interesaba, estaba en la casa colindante o en su jardín, pues, efectivamente, era la mansión de los vecinos la que estaba junto a un árbol que daba sombra a una tumba, era allí donde se habrían secado las lágrimas de amor o de desamor, era allí donde deberían permanecer los aromas de los cafetales africanos…





Así que, avergonzado por el error, fui al otro edificio, vi el árbol, la tumba y los souvenirs para los turistas que acertaran con la casa…
Pero ni aromas, ni lágrimas, ni magia…

Por eso, te decía, que algún día tengo que ir a la casa de Karen Blixen…

Tal vez salga hacia allí mañana.
Sí, mañana mismo.



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